La crisis de la democracia representativa, la mala reputación de los partidos políticos y la falta de credibilidad de muchos líderes políticos son ideas generalizadas, populares, recurrentes de nuestra vida colectiva, tanto en Portugal, como en Europa, como un poco por todo el mundo democrático. Como dijo una vez el ex primer ministro británico Winston Churchill "La democracia es la peor forma de gobierno, excepto todas las otras formas que se han probado." En los tiempos en que vivimos, de dificultades económicas y sociales, estas ideas se acentúan, pero debemos recordar y subrayar que reflejan algo que va más allá de lo coyuntural. Sin entrar en un análisis detallado voy a mencionar algunas de las razones que en mi opinión explican lo que llamo la "democracia enferma".
Una dimensión del problema se relaciona con el individualismo que domina las sociedades contemporáneas y la falta de sentido del bien común. En un sistema económico que promueve el consumismo y el deseo de querer siempre más y más, dominado por intereses a los que interesa mantener un mercado de trabajo inseguro y precario, en una sociedad que tiene una oferta lúdica y de evasión sin precedentes en la historia humana, muchos ciudadanos sin tiempo o motivación prefieren la cómoda "crítica de café" y muchos políticos se centran casi exclusivamente en una lógica de interés y carrera personal.
Otra dimensión está relacionada con el papel desempeñado por los agentes de la comunicación social. Los medios de comunicación contribuyen de manera decisiva a la construcción ( y a veces, distorsión) del entendimiento y la visión que la gente tiene de la realidad en que están insertas. En general los medios de comunicación dan demasiada importancia a las palabras y los actos de los dirigentes de los partidos políticos, contribuyendo de manera sutil a la construcción del mito de que tienen mucho poder y para ocultar otros poderes igual o más relevantes.
Al dar demasiada visibilidad a problemas y a conflictos estériles, también contribuyen a la erosión de la democracia. Pero también es cierto que hay dirigentes políticos que abdican del poder que se les ha conferido por el voto popular y que se someten a ciertos intereses financieros y económicos, a veces teniendo presente una futura recompensa por los servicios prestados.
De este modo, los políticos se han convertido en los chivos expiatorios de los males de nuestro tiempo y los partidos políticos, espacios de escasa participación, que funcionan en torno a determinados grupos, donde el mérito (profesional, cívico, académico) poco cuenta, vulnerable a todo tipo de maniobras ansiosas de conquista de un (a veces insignificante) poder. Todo esto ha contribuido a la disminución de la calidad de los representantes políticos y a un creciente divorcio entre electores y elegidos. Tras el diagnóstico de la enfermedad debe ser tratada la dolencia.
En este capítulo, sin espacio para profundizar apenas, presentaré la que me parece sería una solución natural, colectiva y democrática. Si la gente realmente quiere una mejor democracia, debe abandonar su zona de confort, dejar el sofá y el televisor, y dedicar alguna parte de su tiempo libre participando activamente en la vida política, sobre todo en los partidos políticos.
En este capítulo, sin espacio para profundizar apenas, presentaré la que me parece sería una solución natural, colectiva y democrática. Si la gente realmente quiere una mejor democracia, debe abandonar su zona de confort, dejar el sofá y el televisor, y dedicar alguna parte de su tiempo libre participando activamente en la vida política, sobre todo en los partidos políticos.
La incorporación de más personas a los partidos políticos es una de las fuentes para la regeneración de la democracia en sus diferentes niveles. Por eso, querido lector, si en el plano teórico se siente próximo a algún partido político, nada mejor que hacer una contribución al fortalecimiento de la democracia inscribiéndose en ese partido y contribuyendo a su mejora.
Pedro Miguel Cardoso
Militante del Partido Socialista, de Guarda (Portugal)
El Texto anterior ha sido traducido al español por Juan Jesús Martín Chamoso, partiendo del original, que reproducimos, para quien desee leerlo en lengua original que fue publicado en Jornal Terras de Beira el 23 de enero de 2014. Con el agradecimiento de Foro Ético a autor y traductor.
A crise da democracia representativa, a má fama dos partidos políticos e a falta de credibilidade de muitos dirigentes políticos são ideias generalizadas, populares, recorrentes da nossa vida colectiva, tanto em Portugal, como na Europa, como um pouco por todo o mundo democrático. Como um dia afirmou o ex-primeiro-ministro britânico Winston Churchill “a democracia é a pior forma de governo, exceptuando todas as outras formas que têm sido tentadas”. Nos tempos que vivemos de dificuldades económicas e sociais estas ideias acentuam-se mas convém recordar e salientar que elas reflectem algo que vai para além do conjuntural. Sem entrar numa análise aprofundada vou referir algumas razões que na minha opinião explicam aquilo a que chamo “democracia doente”.
Uma dimensão do problema relaciona-se com o individualismo que domina as sociedades contemporâneas e a falta de sentido do bem comum. Num sistema económico que promove o consumismo e a vontade de querer sempre mais e mais, dominado por interesses a quem interessa manter um mercado de trabalho inseguro e precário, numa sociedade que tem uma oferta recreativa e de evasão sem paralelo na história da humanidade, muitos cidadãos sem tempo ou motivação preferem a cómoda “crítica de café” e muitos políticos orientam-se quase exclusivamente numa lógica de interesse e carreira pessoal.
Outra dimensão está relacionada com o papel desempenhado pelos agentes da comunicação social. A comunicação social contribui decisivamente para a construção (e por vezes distorção) da compreensão e visão que as pessoas têm da realidade onde estão inseridas. Em geral a comunicação social tem dado uma relevância excessiva às palavras e actos dos dirigentes político-partidários, contribuindo subtilmente para a construção do mito de que eles têm muito poder e para a ocultação de outros poderes tão ou mais relevantes. Ao dar demasiada visibilidade a questões e a conflitos estéreis também têm contribuído para o desgaste da democracia. Mas também é verdade que há dirigentes políticos que abdicam do poder que lhes é conferido pelo voto popular e submetem-se a certos interesses financeiros e económicos, às vezes tendo em vista uma futura recompensa pelos serviços prestados.
Deste modo os políticos tornaram-se nos bodes expiatórios dos males do nosso tempo e os partidos políticos espaços pouco participados, a funcionar à volta de alguns grupos, onde o mérito (profissional, cívico, académico) pouco conta, vulneráveis a vários tipos de manobras na ânsia da conquista do (por vezes insignificante) poder. Tudo isto tem contribuído para a diminuição da qualidade dos representantes políticos e para o crescente divórcio entre eleitores e eleitos. Feito o diagnóstico importa tratar da doença. E neste capítulo sem espaço para aprofundar apenas apresentar aquela que me parece ser uma solução natural, colectiva e democrática. Se as pessoas querem realmente uma melhor democracia têm que abandonar a sua zona de conforto, deixar o sofá e a televisão e gastarem algum do seu tempo livre participando activamente na vida política, nomeadamente nos partidos políticos. A adesão de mais pessoas aos partidos políticos é uma das fontes da regeneração da democracia nos seus vários níveis. Por isso, caro leitor, se no plano teórico se sente próximo de algum partido político nada melhor do que dar um contributo reforçado à democracia inscrevendo-se nesse partido e contribuindo para a melhoria do mesmo.
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