La crisis que el dogmatismo neoliberal desencadenó en 2007, mostró en nuestro país la fragilidad de los pilares sobre los que se construyó la España del 78. La convulsión resultó ser tan violenta, que se resquebrajaron, dejando el edificio prácticamente en estado de ruina.
Sirvió para que llamaran “austeridad” a lo que fueron drásticos e injustos recortes del gasto social, destrozando de un plumazo aquella “economía social de mercado” que tantas ilusiones despertó hace 35 años. La avaricia y las ansias de acumular capital y poder de especuladores escasos de principios, han dejado al borde del precipicio nuestro incipiente estado social. La economía sí ha sido de mercado, pero de un mercado tan desregulado, que la parte del producto nacional que debería financiar la prestación de servicios consagrados como derechos constitucionales de la ciudadanía, se ha volatilizado entre fastos y campañas electorales, y por las negras alcantarillas de la corrupción política. Y aquí no pasa nada.
Que el sistema financiero- mejor, sus “temerarios” ejecutivos- haya hecho un agujero de 200.000 millones de euros en las cuentas del estado con cargo a los contribuyentes presentes y futuros, ha sido –nos dicen- consecuencia de haber vivido “por encima de nuestras posibilidades”, culpabilizando así a una sociedad entera, aquellos que en un mes, han ganado más –según el salario medio- que 70 trabajadores en todo un año. Y eso no puede calificarse más que como una enorme desvergüenza. Y aquí no pasa nada.
Y qué decir de la Justicia, que cuando algún magistrado quiere indagar “más de la cuenta” sobre aquellos temas escabrosos que pondrían en solfa grandilocuentes proclamas de honradez, transparencia y equidad, se le “fabrica” una prevaricación como torticero recurso para impedir que su laboriosidad y su compromiso público, puedan hacer que la justicia resplandezca. Y aquí no pasa nada.
O el propio Parlamento, que con el recurso al “y tú más”, cada día está más alejado del sentir ciudadano, con discursos que no van realmente a la raíz de los problemas, confundiendo la elocuencia más o menos “llamativa”, con la verdadera radicalidad que llene de realismo y de propuestas posibles la acción de la Política, lo que permitiría que ciudadanas y ciudadanos recuperasen la confianza perdida en una institución básica como lo es el Parlamento. Pero no, diputadas y diputados continúan, unos con la “herencia recibida” y otros, “ustedes lo hacen peor”. Y todo continúa igual.
En este contexto, no es de extrañar que los partidos políticos, en los que fundamentalmente recayó hace 35 años una gran parte de la responsabilidad de construir un estado democrático, hoy hayan perdido, no solo credibilidad, sino la confianza de muchas generaciones jóvenes para que sean ellos, quienes tracen las líneas sobre las que debe discurrir un nuevo proyecto de país. Y sin nueva ley que defina competencias, funciones y financiación de los partidos políticos, más otra, la electoral, que garantice un Parlamento mucho más representativo de las sensibilidades políticas que configuran la sociedad actual, seguiremos en las mismas.
Necesitamos un nuevo proyecto que permita superar la crisis de nuestro actual modelo territorial. La España plural requiere un mejor encaje de las naciones y regiones que la conforman. Por eso no solo basta formular en abstracto la Federalidad del estado, sino que hay que descender mucho más a lo concreto, teniendo muy presente el principio de solidaridad e igualdad entre los habitantes de los pueblos de España, lo que en absoluto es contradictorio con revisar con mayor realismo histórico, un mapa del país que, lejos de aquel famoso “café para todos”, sea reflejo de los complejos procesos que condujeron a la configuración de España como nación de naciones. Y naturalmente, debería ser profundo objeto de reflexión, solucionar el tema de la forma de la Jefatura del Estado. Es evidente que la actual, también se ha visto atropellada por acontecimientos que la han desprestigiado hasta límites poco soportables e incompatibles con una democracia decente.
Y así hemos llegado a donde hemos llegado: a una democracia demasiado imperfecta para ser catalogada como tal. Porque ¿cómo puede aspirar a ser creíble y representativo un parlamento nacional (y no pocos autonómicos) que soportan la pesada losa de tantas decenas de imputados? Si no se abordan con prontitud los problemas estructurales que padecemos, seguiremos ensanchando el abismo que hoy existe entre las Instituciones y la ciudadanía. Y así es imposible continuar. Esto está agotado.
Por eso, construir un nuevo proyecto de la España Plural requiere iniciar un proceso constituyente que consiga:
1. Articular un Estado Federal alejado de ese “café para todos”, que incluya una fiscalidad progresiva, justa y suficiente para la financiación de los bienes públicos.
2. Asegurar un autentico blindaje del estado social y democrático de derecho
3. Un Parlamento con mayor proporcionalidad para que las minorías se sientan debidamente representadas (Nueva Ley electoral)
4. Una democracia abierta que promueva e institucionalice la imprescindible participación de la sociedad civil en la gestión de los asuntos públicos
5. Una profunda reforma de la Justicia que garantice su plena independencia de los poderes políticos y económicos, y en la que sus organismos funcionales y de gobierno respondan a verdaderos criterios democráticos
6. Garantizar el control democrático del sistema financiero y del que una parte sustancial sea de dominio público.
7. Suprimir las limitaciones constitucionales actuales para que los gobiernos elegidos democráticamente puedan aplicar los programas con los que hayan concurrido a las elecciones y refrendados por el Parlamento del estado.
Pero un proyecto constituyente avanzado y de cambio social, solo será viable si los agentes progresistas –partidos políticos, organizaciones de la sociedad civil, plataformas cívicas, sindicatos, movimientos, etc.- son capaces de concitar un apoyo social mayoritario. Sin duda para ello se requiere revisar a fondo el discurso, las propuestas, las alianzas, todo aquello que evite recurrir a viejas recetas, bastantes de ellas sobrepasadas por la historia. Requiere sobre todo, enfrentarse al neoliberalismo; de lo contrario no hay nada que hacer. Y si ello requiere “re-fundarse”, re-fúndense.
Y en ese espacio colectivo de pensamiento plural, es necesario compartir que la batalla contra las desigualdades requiere defender con firmeza que no pueden separarse el proceso de creación de riqueza del de su distribución social.
Sería realmente saludable que cuajara un amplio proceso de convergencia entre todas las organizaciones, plataformas y movimientos progresistas en torno a un programa común sobre las cuestiones planteadas.
Manuel Moret Gómez
Militante socialista
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