Una respuesta a Destrucción creativa y sindicalismo amarillo.
Podría pensarse que la respuesta
al artículo de González Muntadas (Enterrar la vieja empresa y renovar el
sindicalismo) en Tribuna realizada por López Romito (Destrucción creativa y
sindicalismo amarillo) respondiera a estrategias sindicales muy distintas en
función de la procedencia de ambos; Quim González ha sido hasta hace poco
responsable de la federación de químicas de CCOO y López Romito ha sido asesor
de UGT, pero claro está, eso sería demasiado simple.
Y digo por qué. Si algo
caracteriza al sindicalismo mayoritario español de los últimos veintitantos
años es su sólida unidad de acción. A
ambos sindicatos les caracteriza una búsqueda constante del pacto y el acuerdo
con patronal y gobiernos. Nada comporta mayor desasosiego en los órganos de
dirección que la falta de acuerdo y pacto.
Descartada la disparidad en
función de sus orígenes o de práctica sindical a la que podríamos apelar, atendamos
a lo sustancial de la discrepancia. La crítica se fundamenta en una hipotética entrega
de un sindicalismo atado de pies y manos al empresario innovador y moderno. Por
el contrario, parece que lo que anima al crítico sería una propuesta, defensora
de las esencias, que va más allá, aunque él no lo perciba así, de lo que ha
sido práctica diaria del sindicalismo institucionalizado de nuestro país.
¿Existe la empresa humana y abierta? ¿Existe aunque solo sea una, este tipo de
empresa? Y si eso fuera así, ¿Qué tipo de sindicalismo habría que realizar
allí? En eso se basa el discurso de González Muntadas que defiende una
acomodación pactada en el marco de la nueva
empresa, y frente “…un mercado de
trabajo y condiciones contractuales hecho a la medida de la vieja empresa”.
Hasta ahí llega González Muntadas, el mío, va algo más allá y atiende a los
problemas estructurales del sindicalismo institucional español.
Dos aspectos señalo como
argumentos básicos en la crítica que formula: La primera, el presunto fracaso
de la teoría de “destrucción creativa”
dado que quien la formuló, Schumpeter, “dejó
de creer en ella”. La segunda, una traslación, vía retorcimiento del
argumento principal, de que un sindicalismo de acuerdo, de negociación y de
construcción en el ámbito de las empresas innovadoras y modernas, derivaría necesariamente en
amarillismo, “… es curioso venir a hacer
la apología del sindicalismo amarillo a estas alturas de la historia”
Atribuir a la “destrucción creativa”, teorizada por
Schumpeter, exclusivamente la “obtención
de ganancias” y la “generación de plusvalías” y no
reconocer el carácter de innovación que beneficia el avance de las sociedades
es desconocer la base sobre la que asienta la riqueza de las naciones. Negar el
papel que juega el auténtico empresario innovador, el de aquel que tiene la idea,
del que acomete una tarea, moviliza recursos y empeña su patrimonio en el
crecimiento económico y desarrollo de las sociedades e incluso, en algunos
casos, de la humanidad es absurda.
No cabe adjudicar ese papel sumamente
innovador a lo singular y a lo extraordinario tal como parece indicar López
Romito. Hay otros muchos Jobs, Gates, Zuckerberg que promociona la destrucción
creativa. Entonces, ¿cuál es el problema de fondo? La respuesta la da Acemoglu
y Robinsón en su conocida obra “Por qué fracasan los países” cuando nos dice
que “… Las empresas nuevas quitan negocio
a las ya establecidas. Las nuevas tecnologías hacen que las habilidades y las
máquinas existentes queden obsoletas. El proceso de crecimiento y las
instituciones inclusivas en las que se basan crean perdedores y ganadores en el
escenario político y en el mercado económico. A menudo, el temor a la destrucción creativa tiene su origen en la oposición a
instituciones políticas y económicas inclusivas”.
Por lo tanto, el mercado es un
magma, una masa en continuo movimiento,
sometido a fuerzas y tendencias. Las empresas se ven obligadas a rediseñarse o
reinventarse continuamente, es lo que Drucker llamó la “Era de la
Discontinuidad”. Unas sobreviven y otras perecen. Es ese modelo de cambio
continuo en la creación y destrucción de empresas, de líneas de productos, de
acomodación al mercado en el que debe de moverse necesariamente los sindicatos,
y ese es el ámbito en el que han de dar respuestas en defensa de los
trabajadores.
Negar el papel fundamental que la
destrucción creativa tiene para el crecimiento económico es negar algo que
forma parte del abc del crecimiento
económico tal como ha puesto de relieve múltiples investigaciones académicas en
la literatura económica. ¿Concibe alguien hoy día a los curtidores, teñidores, fabricantes
de rueda de carro, de aperos clásicos de
labranza como profesiones, productos y modos de producción validos para crecer?
Las empresas, las líneas de productos, la demanda de los consumidores es algo
cambiante y eso es un algo innegable. La destrucción creativa es algo que está
al margen de ideología. Por qué innova el empresario, dueño o consejo de
administración. Por supuesto, para obtener ganancias. ¿Habría innovación si no
hubiese la promesa o posibilidad de obtener beneficio? Reivindicar a estas
alturas la planificación central y la innovación a base de planes quinquenales
no existe, siquiera, en Corea del Norte.
Por lo tanto, aceptar la
destrucción creativa como un componente esencial en el progreso nada tiene que
ver con ser más o menos de izquierda y mucho menos, con el que no se pueda dar
una respuesta sindical o, en un entorno de mutuo acuerdo, una colaboración en
la consecución de objetivos que a ambas partes puede beneficiar. Por hacer eso
no se es amarillo.
El dilema no está en la
aceptación o no de la empresa capitalista. La empresa capitalista es la que
existe ahora, aquí, y en este momento y son los riesgos que conlleva para una
vida digna de los que en ellas trabajan los que deben de afrontarse utilizando,
cuando el desacuerdo existe, los medios que las organizaciones de los
trabajadores han tenido tradicionalmente a mano, aparte de otros muchos que
podrían ser utilizados, porque si algo caracteriza al movimiento sindical, es
el estancamiento y la falta de innovación en sus estructuras y métodos.
Para no abrumar y no extenderme
en exceso voy a tocar el segundo aspecto que López Romito señala en su artículo.
Más que aspecto, es toda una acusación de fomento del amarillismo.
¿Por qué a aquello que existe a
nivel macro se le niega la existencia a nivel micro? Concretando. Por qué no es
amarillo firmar limitaciones a las pensiones, subida de la edad de jubilación, establecer
políticas de moderación salarial, cláusulas de revisión por debajo de IPC,
etc. En suma, las prácticas
colaborativas con la patronal y los gobiernos. Y sí puede ser amarillo el que
un delegado, comité o sección sindical pacte con su empresa, previo
conocimiento y asentimiento de los implicados, una estrategia común de
implantación, crecimiento y condiciones de trabajo en función de un determinado
objetivo compartido. ¿Debe de ser el trabajador un elemento neutro en aquello
que pueda consolidar la empresa donde trabaja si obtiene una justa compensación
en condiciones, salario e incluso, cogestión? ¿Hasta dónde puede llegar la
competencia de los afectados y hasta donde llega la capacidad normativa del
pacto realizado por “arriba”? ¿No puede haber un marco transitable para una
nueva empresa, para unos nuevos empresarios y para un nuevo modo de ejercer el sindicalismo?
¿Algo que remedie la paupérrima situación actual del sindicalismo con cientos
de miles de trabajadores, con alta cualificación en su mayor parte, que pactan
individualmente y que nada quieren saber del sindicalismo abusivamente
institucionalizado?
En esa oposición laten dos
posibles razones. La primera, una descentralización de la negociación colectiva
– otra cosa no es – que perjudicaría notablemente a las estructuras
tradicionales de los sindicatos, a sus burocracias federales y confederales. Las
deja sin efecto o, con un efecto bastante mitigado en el discurrir de la
interlocución sindical. El pacto y el acuerdo ya no se “impone” desde arriba.
La segunda, ello supondría dar carta de naturaleza a las asambleas de
trabajadores de centro o de sección sindical, las alejaría de ese tutelaje que
ejercen las estructuras federativas.
La democracia española ha estado
basada en la tutela que los partidos han ejercido sobre el ciudadano político,
sobre el votante y también, sobre la que han ejercido las burocracias sindicales
sobre el ciudadano trabajador. Es ese paternalismo y dirección desde “arriba”
el que está siendo puesto en cuestión con el alejamiento constante del
ciudadano político y económico tanto de los partidos como de los sindicatos.
¿Son las instituciones españolas
instituciones inclusivas? Esa es la cuestión a la que debemos de contestar si
queremos una democracia sana. Es criterio extendido que Constitución, Jefatura
del Estado, partidos, poder judicial y otras tantas instituciones más deben de
ser reformadas para bien de nuestra sociedad. Introducir a los sindicatos en
ese paquete general de reformas para hacerlos más inclusivos es también esencial
para nuestra salud democrática.
Es cierto, el capitalismo está
tocado, pero desde que lo dijo Schumpeter han pasado ya más de setenta y cinco
años y el muerto que vos matasteis sigue, lamentablemente, alimentando el bolsillo de los mismos. ¿Mientras tanto, qué?. Pienso, que los sindicatos han de reformularse para
acometer nuevas tareas, sin olvidar su razón de ser, que demanda un entorno
sumamente cambiante. También ha llegado la hora de flexibilizar sus estructuras
y hacerlas más dinámicas y autónomas de un poder central que en algunos casos
se ha constituido como un fin en sí mismo.
Miguel Álvarez García.
Sindicalista desde 1970 en Telefónica. Ha tenido
responsabilidades en el Sector de Comunicaciones y la Federación de Transportes
y Comunicaciones de la UGT y en la Unión de Trabajadores de Castilla y León. En
la actualidad se encuentra jubilado.
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