viernes, 14 de febrero de 2014

DESTRUCCION CREATIVA Y AUTONOMÍA SINDICAL.


Podría pensarse que la respuesta al artículo de González Muntadas (Enterrar la vieja empresa y renovar el sindicalismo) en Tribuna realizada por López Romito (Destrucción creativa y sindicalismo amarillo) respondiera a estrategias sindicales muy distintas en función de la procedencia de ambos; Quim González ha sido hasta hace poco responsable de la federación de químicas de CCOO y López Romito ha sido asesor de UGT, pero claro está, eso sería demasiado simple.
Y digo por qué. Si algo caracteriza al sindicalismo mayoritario español de los últimos veintitantos años es su  sólida unidad de acción. A ambos sindicatos les caracteriza una búsqueda constante del pacto y el acuerdo con patronal y gobiernos. Nada comporta mayor desasosiego en los órganos de dirección que la falta de acuerdo y pacto.
Descartada la disparidad en función de sus orígenes o de práctica sindical a la que podríamos apelar, atendamos a lo sustancial de la discrepancia. La crítica se fundamenta en una hipotética entrega de un sindicalismo atado de pies y manos al empresario innovador y moderno. Por el contrario, parece que lo que anima al crítico sería una propuesta, defensora de las esencias, que va más allá, aunque él no lo perciba así, de lo que ha sido práctica diaria del sindicalismo institucionalizado de nuestro país. ¿Existe la empresa humana y abierta? ¿Existe aunque solo sea una, este tipo de empresa? Y si eso fuera así, ¿Qué tipo de sindicalismo habría que realizar allí? En eso se basa el discurso de González Muntadas que defiende una acomodación pactada en el marco de la nueva empresa, y frente “…un mercado de trabajo y condiciones contractuales hecho a la medida de la vieja empresa”. Hasta ahí llega González Muntadas, el mío, va algo más allá y atiende a los problemas estructurales del sindicalismo institucional español.
Dos aspectos señalo como argumentos básicos en la crítica que formula: La primera, el presunto fracaso de la teoría de “destrucción creativa” dado que quien la formuló, Schumpeter, “dejó de creer en ella”. La segunda, una traslación, vía retorcimiento del argumento principal, de que un sindicalismo de acuerdo, de negociación y de construcción en el ámbito de las empresas innovadoras y  modernas, derivaría necesariamente en amarillismo, “… es curioso venir a hacer la apología del sindicalismo amarillo a estas alturas de la historia”
Atribuir a la “destrucción creativa”, teorizada por Schumpeter, exclusivamente la “obtención de ganancias” y  la “generación de plusvalías” y no reconocer el carácter de innovación que beneficia el avance de las sociedades es desconocer la base sobre la que asienta la riqueza de las naciones. Negar el papel que juega el auténtico empresario innovador, el de aquel que tiene la idea, del que acomete una tarea, moviliza recursos y empeña su patrimonio en el crecimiento económico y desarrollo de las sociedades e incluso, en algunos casos, de la humanidad es absurda.
No cabe adjudicar ese papel sumamente innovador a lo singular y a lo extraordinario tal como parece indicar López Romito. Hay otros muchos Jobs, Gates, Zuckerberg que promociona la destrucción creativa. Entonces, ¿cuál es el problema de fondo? La respuesta la da Acemoglu y Robinsón en su conocida obra “Por qué fracasan los países” cuando nos dice que “… Las empresas nuevas quitan negocio a las ya establecidas. Las nuevas tecnologías hacen que las habilidades y las máquinas existentes queden obsoletas. El proceso de crecimiento y las instituciones inclusivas en las que se basan crean perdedores y ganadores en el escenario político y en el mercado económico. A menudo, el temor a la destrucción creativa tiene su origen en la oposición a instituciones políticas y económicas inclusivas.
Por lo tanto, el mercado es un magma, una masa en  continuo movimiento, sometido a fuerzas y tendencias. Las empresas se ven obligadas a rediseñarse o reinventarse continuamente, es lo que Drucker llamó la “Era de la Discontinuidad”. Unas sobreviven y otras perecen. Es ese modelo de cambio continuo en la creación y destrucción de empresas, de líneas de productos, de acomodación al mercado en el que debe de moverse necesariamente los sindicatos, y ese es el ámbito en el que han de dar respuestas en defensa de los trabajadores.
Negar el papel fundamental que la destrucción creativa tiene para el crecimiento económico es negar algo que forma parte del abc del crecimiento económico tal como ha puesto de relieve múltiples investigaciones académicas en la literatura económica. ¿Concibe alguien hoy día a los curtidores, teñidores, fabricantes de rueda de carro,  de aperos clásicos de labranza como profesiones, productos y modos de producción validos para crecer? Las empresas, las líneas de productos, la demanda de los consumidores es algo cambiante y eso es un algo innegable. La destrucción creativa es algo que está al margen de ideología. Por qué innova el empresario, dueño o consejo de administración. Por supuesto, para obtener ganancias. ¿Habría innovación si no hubiese la promesa o posibilidad de obtener beneficio? Reivindicar a estas alturas la planificación central y la innovación a base de planes quinquenales no existe, siquiera, en Corea del Norte.
Por lo tanto, aceptar la destrucción creativa como un componente esencial en el progreso nada tiene que ver con ser más o menos de izquierda y mucho menos, con el que no se pueda dar una respuesta sindical o, en un entorno de mutuo acuerdo, una colaboración en la consecución de objetivos que a ambas partes puede beneficiar. Por hacer eso no se es amarillo.
El dilema no está en la aceptación o no de la empresa capitalista. La empresa capitalista es la que existe ahora, aquí, y en este momento y son los riesgos que conlleva para una vida digna de los que en ellas trabajan los que deben de afrontarse utilizando, cuando el desacuerdo existe, los medios que las organizaciones de los trabajadores han tenido tradicionalmente a mano, aparte de otros muchos que podrían ser utilizados, porque si algo caracteriza al movimiento sindical, es el estancamiento y la falta de innovación en sus estructuras y métodos.
Para no abrumar y no extenderme en exceso voy a tocar el segundo aspecto que López Romito señala en su artículo. Más que aspecto, es toda una acusación de fomento del amarillismo.
¿Por qué a aquello que existe a nivel macro se le niega la existencia a nivel micro? Concretando. Por qué no es amarillo firmar limitaciones a las pensiones, subida de la edad de jubilación, establecer políticas de moderación salarial, cláusulas de revisión por debajo de IPC, etc.  En suma, las prácticas colaborativas con la patronal y los gobiernos. Y sí puede ser amarillo el que un delegado, comité o sección sindical pacte con su empresa, previo conocimiento y asentimiento de los implicados, una estrategia común de implantación, crecimiento y condiciones de trabajo en función de un determinado objetivo compartido. ¿Debe de ser el trabajador un elemento neutro en aquello que pueda consolidar la empresa donde trabaja si obtiene una justa compensación en condiciones, salario e incluso, cogestión? ¿Hasta dónde puede llegar la competencia de los afectados y hasta donde llega la capacidad normativa del pacto realizado por “arriba”? ¿No puede haber un marco transitable para una nueva empresa, para unos nuevos empresarios y para un nuevo modo de ejercer el sindicalismo? ¿Algo que remedie la paupérrima situación actual del sindicalismo con cientos de miles de trabajadores, con alta cualificación en su mayor parte, que pactan individualmente y que nada quieren saber del sindicalismo abusivamente institucionalizado?

En esa oposición laten dos posibles razones. La primera, una descentralización de la negociación colectiva – otra cosa no es – que perjudicaría notablemente a las estructuras tradicionales de los sindicatos, a sus burocracias federales y confederales. Las deja sin efecto o, con un efecto bastante mitigado en el discurrir de la interlocución sindical. El pacto y el acuerdo ya no se “impone” desde arriba. La segunda, ello supondría dar carta de naturaleza a las asambleas de trabajadores de centro o de sección sindical, las alejaría de ese tutelaje que ejercen las estructuras federativas.
La democracia española ha estado basada en la tutela que los partidos han ejercido sobre el ciudadano político, sobre el votante y también, sobre la que han ejercido las burocracias sindicales sobre el ciudadano trabajador. Es ese paternalismo y dirección desde “arriba” el que está siendo puesto en cuestión con el alejamiento constante del ciudadano político y económico tanto de los partidos como de los sindicatos.
¿Son las instituciones españolas instituciones inclusivas? Esa es la cuestión a la que debemos de contestar si queremos una democracia sana. Es criterio extendido que Constitución, Jefatura del Estado, partidos, poder judicial y otras tantas instituciones más deben de ser reformadas para bien de nuestra sociedad. Introducir a los sindicatos en ese paquete general de reformas para hacerlos más inclusivos es también esencial para nuestra salud democrática.
Es cierto, el capitalismo está tocado, pero desde que lo dijo Schumpeter han pasado ya más de setenta y cinco años y el muerto que vos matasteis sigue, lamentablemente,  alimentando el bolsillo de los mismos. ¿Mientras tanto, qué?. Pienso, que los sindicatos han de reformularse para acometer nuevas tareas, sin olvidar su razón de ser, que demanda un entorno sumamente cambiante. También ha llegado la hora de flexibilizar sus estructuras y hacerlas más dinámicas y autónomas de un poder central que en algunos casos se ha constituido como un fin en sí mismo.


Miguel Álvarez García. 
Sindicalista desde 1970 en Telefónica. Ha tenido responsabilidades en el Sector de Comunicaciones y la Federación de Transportes y Comunicaciones de la UGT y en la Unión de Trabajadores de Castilla y León. En la actualidad se encuentra jubilado.


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