"¿Puede sobrevivir el capitalismo? No, yo no pienso que pueda hacerlo".
Joseph A. Schumpeter
El 26 de enero Quim González Muntadas publicó en nuevatribuna.es un artículo bajo el título “Enterrar la vieja empresa y renovar el sindicalismo”, recomiendo su lectura antes de avanzar en el presente texto.
A modo de comprimida síntesis, González Muntada nos dice que “las empresas suelen tener el sindicalismo que se merecen”. “Para ser más explícito, en una empresa vieja lo habitual -e incluso lógico- es encontrar un sindicalismo antiguo. En una empresa humanizada y abierta, lo normal -y lógico-, es encontrar un sindicalismo innovador y dialogante”. “La pregunta --y el reto-- es si nuestro sindicalismo, su organización, medios, estructura y propuestas está suficientemente preparado para la nueva empresa y el nuevo empresario del Siglo XXI”. “La respuesta es afirmativa. (...) Este empresario reclama y merece todo el esfuerzo de innovación y renovación sindical porque es ahí donde está el progreso, en el encuentro de estas dos voluntades renovadoras, lo que nos debe permitir enterrar la vieja empresa.”
La propuesta de González Muntadas me trajo a la memoria la teoría del empresario innovador de Joseph Schumpeter; aquel que, al final de cada ciclo y sobre la base de las nuevas tecnologías disponibles introduce innovaciones que llevan a su empresa a romper la situación de “equilibrio” respecto de sus competidores y obtiene un incremento de valor que se concreta en un “beneficio del emprendedor” que Schumpeter definió como “ganancia”. La irrupción periódica de estos empresarios innovadores, llevan a muchos competidores a situaciones insostenibles o a su desaparición, que calificó como “destrucción creativa”. Sin embargo, dicha posición de liderazgo se pierde a lo largo del ciclo por la difusión de las innovaciones en las restantes empresas.
En la vieja discusión acerca del origen de la plusvalía-excedente-beneficio y la legitimidad de su apropiación, Schumpeter quebraba una lanza a favor de su empresario innovador quien llevaría toda la carga del desarrollo económico capitalista aunque su motivación no estuviese originada en la ganancia o la riqueza, sino en la satisfacción del éxito obtenido. Lástima que él mismo llegase a la conclusión de que tan desinteresado protagonista y legendario caballero andante se hubiera convertido en una figura del pasado, una especie de creador mítico del capitalismo.
Si eso pensaba nuestro economista a treinta años de la crisis del petroleo de 1975 y el inicio de la revolución electrónica y la automatización de los procesos de producción y a sesenta años de la última revolución tecnológica de la información y la comunicación del capitalismo posindustrial globalizado, los contados ejemplos de los Gates, Jobs y otros no son significativos a la hora de constatar la nueva estructura empresarial y el papel del capital financiero en ellas y de la composición de sus cuadros gerenciales (Fat Cats). Lo determinante hoy por hoy es que cualquier innovación y el grueso de la toma de decisiones en las empresas es producto de un esfuerzo y trabajo colectivo de directivos, expertos, técnicos y trabajadores asalariados.
Lo que me llama la atención es que González Muntadas dé por universal e inmodificable a la empresa capitalista y aliente a los trabajadores y sus organizaciones sindicales a aceptar su sino, comprender el papel insustituible del empresario emprendedor o mediocre y poner en sus manos todas las decisiones relativas al modelo de producción, gestión y, en definitiva, de relaciones laborales y definición de la distribución de rentas entre los diferentes componentes de la actividad empresarial. Vamos, que siempre tienes la posibilidad de cambiar de empresa y sacarte la lotería con un empresario schumpetereano.
Es curioso venir a hacer la apología del sindicalismo amarillo a estas alturas de la historia y en medio de la más feroz crisis cíclica del capitalismo.
Pues miren por dónde va a ser que no, que el mercado existió antes del capitalismo y será bueno mantenerlo en la sociedad poscapitalista, convenientemente regulado y limitado a aquellos espacios en que pueda ayudar a una más eficiente asignación de los recursos disponibles, pero no como el ordenador supremo de la distribución de la renta y la apropiación del excedente.
Eso de que el sindicalismo deba subordinarse a la genialidad o mediocridad de los empresarios pues los trabajadores y sus organizaciones no tienen la más mínima idea de la complejidad de la gestión empresarial, supone desconocer la historia de la lucha sindical contra el trabajo alienado y por la instauración de formas organizativas del trabajo gradualmente más racionales y democráticas. ¿O la reducción de la jornada, prohibición del trabajo infantil, la negociación colectiva, la legislación laboral protectora, los derechos a la información y participación, la codecisión alemana, etc. son obra de esos arcángeles descubiertos por Schumpeter? A ver si comenzamos a admitir que todos esos avances en la democratización de las relaciones laborales y el consiguiente mayor papel de los trabajadores en las empresas ha sido el principal factor de modernización de la propia actividad empresarial y el crecimiento económico.
En la nueva situación en que la Dirección de la empresa está divorciada de la tenencia del capital, la exhumación de la concepción schumpetereana del empresario innovador es un espaldarazo a la legitimación de los Fat Cats para hacer de su capa un sayo y llevarse tajadas escandalosas de la tarta.
Para no cansar al lector, remito a la lectura de mi artículo publicado ayer en estas mismas páginas Sindicalismo en tiempo de crisis
Sólo agregar que el sindicalismo vive las dificultades propias de una nueva crisis de “destrucción creativa”, con una tasa de desempleo desmesurada que agrava las condiciones para la acción sindical. Pero quién está en crisis, una vez más, es el capitalismo y el modelo vertical de la empresa capitalista.
Francisco S. López Romito
Economista
Exasesor de la Comisión Ejecutiva Confederal de UGT
Miembro de Foro Ético
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