Las normas del mercado conciben las vidas humanas como instrumentos para conseguir beneficios, hoy sigue predominando en la elaboración de políticas la idea de que lo único que importa es el crecimiento económico sin fijarnos en la distribución de la riqueza ni en la igualdad social, pero no todos pensamos así, muchos creemos que la solidez económica no es un fin en si mismo sino el medio para conseguir una vida mejor. Somos muchos quienes pensamos que un ingrediente esencial de toda vida digna es tener voz y voto en la elección de las políticas que gobernarán la propia vida.
Hasta ahora la voluntad colectiva de la ciudadanía ,transmitida a través del engranaje formado por partidos e instituciones, se ha concretado en contratos programa (así considerábamos hasta ahora a los programas electorales) que, como hemos constatado periodo electoral tras periodo electoral, no eran sino una plasmación de la citada voluntad colectiva (en vulgo decir lo que sabemos que se quiere oir), pero que no existía voluntad alguna de cumplirlos.
El dinero y el poder encarnado en la política han dominado durante demasiado tiempo esa voluntad colectiva, todas las decisiones que tomábamos los ciudadanos venían (y vienen aún) condicionadas por el dinero y conformábamos nuestra voluntad a la búsqueda incesante de ese dinero para poder conseguir esa forma de vida estable que se nos mostraba como la única posible.
Superado el concepto, puesto que es evidente que el contrato social por el que el Estado miraba por el bien común de sus ciudadanos ejerciendo de arbitro entre el capital y los trabajadores y regulando en lo posible sus relaciones, está roto, queda dar un paso adelante en una nueva forma de entender las relaciones, y ese paso adelante solo puede darse desde el valor de la solidaridad.
Ante la pérdida de valores por atender exclusivamente a lo económico, proponemos interdependencia y ayuda mutua.
Ha de ser la solidaridad quien ejerza de contrapeso y vuelque las fuerzas económicas hacia el lado de la justicia social.
Solidaridad entendida como la capacidad de imaginar con comprensión las dificultades del prójimo, a sentir mediante la imaginación el sufrimiento de los demás, solidaridad que supone la aptitud para interesarse por la vida de los otros, de entender las consecuencias que la política implica para las oportunidades y experiencias de los demás ciudadanos.
La formación de la voluntad colectiva debe tener como valor irrenunciable la solidaridad, sin ella no es posible dar adecuada respuesta a las necesidades.
Obviamente el camino es largo, solo una educación en principios solidarios puede dar como fruto un cambio en las corrientes generadoras de pensamiento, pero hemos de integrar ya en nuestros mensajes el de la solidaridad entendida como la mirada integradora por el bien común.
Y tenemos que buscar estrategias (personas que entienden de distinta manera el bien pueden ponerse de acuerdo en determinados principios) para garantizar que la población en su totalidad tenga acceso a lo necesario.
Como resulta ya evidente, desarrollo económico no es desarrollo democrático ni asegura buena calidad de vida para todas las clases sociales Hay que acabar con el paradigma del crecimiento sin igualdad. Hay que integrar el valor de la solidaridad en el relato político de la regeneración democrática.
Otilia Armiñana Villegas
@otiarmi
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