Cuando llega el congreso de un partido todo se acelera y al mismo tiempo se para, se disparan frustraciones y algunas esperanzas, se preparan líneas mentales defensivas y conservadoras de lo existente y movimientos de cambio y renovación. Una dialéctica que, bien administrada, puede resultar enriquecedora y mal llevada, un retroceso.
Esto,
en el caso de los distintos congresos del Partido Socialista, puede adquirir
tintes dramáticos pues su agotamiento es evidente. Agotamiento de ideas, como
el conjunto de la socialdemocracia y de la izquierda, agotamiento de liderazgos
y agotamiento organizativo, agotamiento de modelo de partido, también como la
mayoría de los partidos socialistas.
Así
las cosas, diríase que la empresa es imposible, cosa que viene muy bien a los
conservadores, expertos en ganar batallas internas y alérgicos a asomarse al
exterior, “hace mucho frio ahí fuera”. A falta de grandes relatos y de enemigos
identificables, cabalgan en el populismo más barato agitando banderas de cierre
de filas, patriotismos de partido y cosas parecidas, de modo que el enemigo
está en casa, “piquitos de oro” criticones que no nos dejan tranquilos en la
“fortaleza asediada y abandonada”, obrerismo ramplón de viejos tiempos: “intelectuales
con cabeza de chorlito”.
De
tal modo que, los procesos congresuales partidarios provocan dinámicas de
inevitable enfrentamiento, para unos, los conservadores, una simple lucha por
el poder, pues hace mucho tiempo que se hicieron “pragmáticos”: la democracia
son puras formas, la libertad sólo me la da el trabajo, el ciudadano (y por
tanto el militante) funciona por un interés puramente económico; para otros,
entre los que me incluyo, la lucha por
el poder está llena de dudas, porque se alimenta de sueños, de anhelos, de
esperanzas, pero también de certezas, experiencias, saberes y principios, los
mismos que han hecho prosperar el mundo, haciéndolo más justo y equilibrado, a
pesar de tanta injusticia y tanto desorden.
Siempre
encontramos gente en nuestros partidos que miran para otro lado, aunque tienen
el dedo mojado expuesto al viento, ajenos al desagradable torbellino de
“aparatos”, militantes pidiendo la palabra y luchas intestinas, mientras un
perfume de cinismo recorre sedes y casas del pueblo. Desde fuera, algunos
observan el espectáculo con la melancolía de quien tiene la varita mágica y es
ignorado. Intelectuales melancólicos que diría Jordi Gracia, quizá porque el olor de aquél perfume también ocupa
despachos y departamentos.
Pese
a todo, pese a resistencias interesadas y abandonos conservadores, los partidos
pueden y deben cambiar; depende de muchos factores, cierto, es difícil, verdad,
muchos lo han intentado antes, pues imagínese usted como estaríamos sin esos
intentos, sólo quedarían algunos cavando el pozo, los que nunca dejan la pala.
Viene,
pues, una dicotomía, en un lado oirá usted argumentos, repetidos y cansinos, de
expertos en gestionar la apatía y el desestimiento, acomodados en el rechazo a
lo que no entienden, populistas especialistas en atajos empobrecedores,
desapasionados y expropiadores de lo que es de muchos, acelerados para pasar
desapercibidos. “La nada tiene prisa” que diría el poeta Pedro Salinas.
En
el otro lado, puede situarse el que quiera, requiere de seres libres y la
libertad requiere pasión, ¿pasión en un congreso de partido?, sí, cuando está en juego la propia
libertad y la de muchos, cuando se es consciente de que la democracia y la
libertad son más frágiles de lo que pensamos, que nos necesitan tanto como
nosotros las necesitamos, en expansión y vivas, desplegando las capacidades
humanas, sus saberes y sentimientos.
En efecto, la reforma de los partidos es
inaplazable, los partidos son imprescindibles para la democracia pero tienen que
cambiar. Es la hora del PSPV, su próximo Congreso Nacional debe encontrar los
mecanismos que hagan del partido valenciano un partido abierto y transparente,
no encerrado en sí mismo y lleno de sombras, debe saber gestionar la pluralidad
y no eliminarla, ser más exigente con la democracia y no quedarse en una idea
pobre de la misma, reducida a meras formas, debe constituirse en instrumento de
gestión política del cambio y la innovación acogiendo a las capas sociales más
dinámicas de la sociedad y por último, debe ser un partido moderno, acorde con
los tiempos en los que la vieja política no acaba de morir y la nueva no acaba
de nacer.
Les propongo cinco ideas que hablan del partido que
quiero, del partido que necesitamos, desde la convicción de que los PARTIDOS Sí PUEDEN CAMBIAR:
• UN PARTIDO ABIERTO Y TRANSPARENTE
Hay que bajar las barreras que nos impiden tener
una relación fluida con la sociedad, una relación que recoge y escucha lo que
sucede fuera y que permite conocer mejor aquella sociedad a la que se le
transmiten propuestas y soluciones. Se trata de ampliar el escenario político y
público frente a las inercias que nos llevan a limitar ese espacio a las sedes
y las instituciones, ese exceso de vida interna genera habilidades para la
confrontación interna y desgasta, cuando no inhabilita, para la acción política
eficaz y fructífera, convierte el partido en un fin en sí mismo y expulsa a las
conciencias más críticas y activas que se asoman al mismo, las cuales viven la
militancia como simples luchas intestinas y opacas, de intereses alejados de
los valores y principios por los que se adhieren al partido.
• UN PARTIDO PLURAL
Un partido uniforme no es un partido más eficaz, un
partido de adhesiones inquebrantables, que soporta mal la discrepancia, es un
partido llamado a empequeñecerse. En primer lugar porque la izquierda política
y sindical es plural y el PSPV como gran partido de la izquierda debe ser capaz
de integrar las distintas sensibilidades, tradiciones, identidades y culturas políticas
que habitan en el ancho campo progresista. En segundo lugar, porque la sociedad
es plural, lo que aporta riqueza y complejidad, y sobre todo, porque frente a
un pasado atravesado por un gran conflicto central, son muchos, hoy, los
conflictos que se dan en la época de la doble dinámica de la individualización
y la globalización. Un partido progresista debe estimular la opinión de su
militancia y de la ciudadanía; el sectarismo, el miedo a discrepar que éste
provoca, no son sólo fenómenos éticamente reprochables, sino una auténtica
despatrimonialización del partido de buenos recursos humanos y la creación de
una cultura política perversa.
• UN PARTIDO RADICALMENTE DEMOCRÁTICO
El empobrecimiento de la democracia en los partidos
tiene una correlativa importancia obvia en la calidad democrática de la
sociedad en la que viven. ¿Pueden ser más democráticos los partidos?. Sabemos lo suficiente sobre sus patologías y
debilidades, de los partidos y de la propia democracia, no se pueden ignorar
las dificultades a las que hay que enfrentarse articulando normas y
estableciendo principios, dotándolos de garantías que los hagan eficaces pero,
sobre todo, creando una cultura democrática que recorra los ejes de los
discursos y las acciones de sus dirigentes y de un número suficientemente
importante de militantes y ciudadanos en disposición de dar vida democrática
permanente en el interior de los partidos.
• UN PARTIDO DE LA CIUDADANÍA
Un partido no es patrimonio de sus militantes y sus
simpatizantes, éstos lo ocupan temporalmente y tienen más derecho a decidir
sobre sus políticas y sobre sus dirigentes, pero ese derecho no es un derecho
absoluto pues está condicionado a los intereses y los anhelos de la ciudadanía
en su conjunto. La izquierda, heredera de la Ilustración, siempre debe estar
allí donde se produce cualquier género de injusticia, de dominación o de
explotación, de ignorancia, desigualdad,
exclusión o marginación y hoy, todas ellas pueden ser sufridas por muy amplias
capas de la sociedad, las cuales deben estar representadas y ser protagonistas
de la acción pública, estimuladas a ejercer plenamente el estatuto de
ciudadanía, sujetos de derechos y de obligaciones, de compromiso con lo
público, lo de todos y todas. Un partido, en definitiva, que crea y ensancha el
espacio público porque hay más ciudadanos y ciudadanas en disposición de
participar en él y con él.
•
UN PARTIDO MODERNO EN LA SOCIEDAD DEL
CONOCIMIENTO. UN PARTIDO INTELIGENTE
Los partidos han jugado un papel fundamental en la
construcción democrática de nuestras sociedades, han integrado capas sociales
excluidas de los procesos políticos, han dado identidades y han sido capaces de
crear e innovar, han sido instrumentos perfectamente insertados en la
modernidad. Hoy, su capacidad se ve notablemente reducida, otros ámbitos, como
el económico, cultural o científico ofrecen un mayor dinamismo, una mayor
capacidad de adaptación a la complejidad del mundo en el que vivimos y conviven
con la inercia de un sistema político poco estimulado por esa realidad
compleja. En la sociedad del conocimiento, como señala Daniel Innerarity, un
partido debe estar preparado para aprender, pues el saber y el conocimiento son
los asuntos del poder, ello implica cambios permanentes, innovación en los
métodos de trabajo, una organización inteligente capaz de sintonizar con los
centros de cambio e innovación, así como de crear pensamiento y conocimiento,
de aportar ideas que configuren inteligentemente espacios públicos. Un partido,
en resumen, capaz de no actuar ni burocrática, ni autoritaria, ni
jerárquicamente, preparado para la cooperación y la colaboración, estimulado
por la reflexión y la deliberación, flexible y consciente de sus
limitaciones, capaz de pensar y actuar
local y globalmente, o sea inteligentemente.
Es
la hora del militante, cada uno debe decidir, cabe instalarse en la certeza de
lo conocido, cabe explorar y estimular los valores que nos hacen estar en la
izquierda. Cabe tener esperanza, en tiempos de sueños y prejuicios.
Francisco Sanz
Abogado.
Miembro de la Plataforma ESPERANZA SOCIALISTA.
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Me gustaría que el PSOE recogiera el análisis y las propuestas que aquí se vierten, que comparto en todos sus extremos. Lo atraviesa una presunción: El PSOE puede cambiar. Quiero creer que puede ser así, así debe ser. Que no se llegue tarde.
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