Es evidente, se quiera o no reconocer, que la gente,
la ciudadanía, ese pueblo en el que reside la soberanía está harto de política
y de políticos. Acontecimientos como los de este fin de semana pasado en el que
dos conocidos representantes del PSOE han sido expulsados de una manifestación
ciudadana a la que concurrían como ciudadanos de “a pie” son reflejo, no excusa,
de esa situación.
La mayor parte de la ciudadanía cuando habla de “los
políticos” lo hace respecto de los que tienen una determinada relevancia
pública, no es común hacer referencia a esos miles de ciudadanos concejales y
alcaldes de “su pueblo” que no comparten ninguna de las características de la
mal denominada clase política y que, en su mayoría, no perciben mas
remuneración por su trabajo que la satisfacción del deber cumplido para con sus
conciudadanos.
Ya
se ha dicho en muy distintos sitios, aunque no está de más repetirlo, pues
muchos siguen hablando de los casi medio millón de políticos que hay en España
(y que en realidad no son ni una tercera parte) y de sus sueldos y jubilaciones
millonarias, que la gran mayoría de esos concejales de ayuntamientos de España
lo son “gratis et amore” al arte político en este caso, sin que tengan remuneración
alguna por un trabajo que les lleva una importante parte de su tiempo libre.
Y es que, aunque algunos hechos se empeñen en
desmentirlo, lo que hay son clases de políticos como clases de fontaneros, de
abogados, de médicos, buenos y malos, honestos y deshonestos, eficaces e
ineptos.
Pero las cosas se han venido haciendo mal desde hace
demasiado tiempo y el hecho de que casi un 90% de españoles sientan que los
“políticos” son una clase aparte de los demás, que no sufren ni padecen las
necesidades del común de los ciudadanos, que se forran en sus cargos, que solo
les interesa su prevalencia en el poder y que todas las decisiones que toman solo
miran a la perpetuación de su situación de privilegio, no es algo surgido de la
nada.
La gente tiene la sensación de que la crisis, causante
de los profundos cambios a peor de su situación relativa, la han producido en
buena medida los políticos, bien directamente con actuaciones carentes de
sentido común, bien consintiendo actuaciones que bajo ningún punto de vista
debieran haberse tolerado.
La gente está harta de los privilegios en forma de
coches, desayunos, comidas y cenas oficiales, precios reducidos, compensaciones
en IRPF, en Seguridad Social o ayudas a la jubilación. La gente está
harta de que cuando un alto cargo de la Administración deja el cargo, las
empresas privadas están esperándole como “oro en paño” para ofrecerle
sustanciosos contratos con sueldos astronómicos. Todas estas ventajas
son “la gota que colma el vaso”, ese vaso lleno de desánimo, de
estupor, de incomprensión de una ciudadanía que creía vivir en un país del
primer mundo con prestaciones sociales acordes con un estado de bienestar y
que, de la noche a la mañana, ha visto como eso se esfumaba y empezábamos a ser
un país de tercera división.
La gente está harta de que los políticos contraten a
sus afines, no ya en el desempeño de cargos estrictamente políticos sino en
esos que “rodean” el ejercicio de la política, esa pléyade de cargos eventuales
que, en la Administración Pública y a la sombra del político de turno, trabajan
sin haber tenido previamente que demostrar, en el acceso a su puesto, ni mérito
específico ni capacidad concreta. Si dicha potestad nunca ha estado bien vista,
con casi seis millones de parados se vuelve ultrajante. No hay, que se sepa, a
la vista ninguna norma que prohíba este flagrante incumplimiento de la
Constitución, a la que tanto se apela para otras cosas.
La gente está harta de que siempre sean los mismos los
que están en todos lados, lo hayan hecho bien, mal o regular. Lo que entronca
muy directamente con la escasa democracia interna en el funcionamiento de
los partidos. Es evidente que no se premia el trabajo bien hecho sino la
fidelidad mal entendida, se premia con un lugar en las listas electorales
no a los mas trabajadores, a los más preocupados, a los más capaces en
los distintos sectores, sino a aquellos que mejor se mueven en los intríngulis
de la organización, aquellos que mas asienten a las palabras del líder o
aquellos que más se subordinan al criterio del superior.
La gente está harta de que no se la escuche, de no
saber quien son sus representantes porque estos se eligen en el seno de los
partidos con muy escasas garantías democráticas y , a sabiendas de esto,
no se espera un cambio en la regulación electoral que permita a los
ciudadanos participar más activamente en la configuración de las listas.
La gente está harta de que en campaña electoral todo
parezca preocupación por el sentir ciudadano y una vez acabada se olviden las
promesas e incluso se tomen decisiones contrarias a lo prometido. Tampoco
existen iniciativas en el sentido de exigir que se cumpla con los compromisos.
La gente está harta de que no se planteen soluciones
concretas para problemas concretos, que no se den explicaciones, que no se
aporten datos, que no haya transparencia en el funcionamiento de la
Administración, ni en el del Congreso o Senado ni en el resto de las
instituciones.
La gente está harta de que se mire para otro lado,
cuando no se oculte o se niegue, cuando los que cometen irregularidades
son los del propio partido en tanto que se engrandece cualquier resbalón del
contrario y está harta del compadreo, del amiguismo, de la endogamia que se
percibe entre los representantes de la ciudadanía cuando de perpetuar sus
privilegios se trata. No se ven denuncias contra los claramente implicados en
casos de corrupción, denuncias que debieran surgir de las propias filas.
A toda esa hartura, repito, no se ha llegado
gratuitamente, han hecho falta años de comportamientos poco éticos y poco
estéticos por parte de algunos, con la connivencia de otros, el
desconocimiento de muchos y la ceguera interesada, por una u otra razón, de los
que podrían haberlo parado. No creo que sea tarde para enmendar errores, habrá
que empezar por reconocerlos, decirle a la ciudadanía cuanto de culpa ha tenido
y tiene cada quien en cada organización y tras la reflexión pertinente empezar
a poner remedio a todos los obstáculos que impiden que el pueblo soberano se
sienta realmente representado por aquéllos a quienes elige para hacerlo.
Por ello y para ello, unos cuantos internautas,
profesionales de las más variadas actividades, nos hemos reunido en Foro Ético,
lugar de encuentro al que invitamos a todo el mundo, y desde el que vamos a
proponer actuaciones concretas para evitar esas causas de hartazgo a que me
vengo refiriendo.
Es la democracia lo que está en juego, no creo que
podamos permitirnos olvidarlo.
Otilia
Armiñana Villegas
El artículo es responsabilidad y opinión del firmante . Los comentarios, vertidos por las personas visitantes, son responsabilidad de las mismas. @foroetico
Creo que una de las cosas que más valoraría la ciudadanía en este momento, en un partido, es que reconozca lo que ha hecho mal, de forma abierta, y a partir de ahí transparencia, fuera corruptos y arribistas y nuevas caras.
ResponderEliminarEl "y tu más" que oímos cada día en todos los partidos es un error nefasto que produce una reacción totalmente opuesta a la que pretende el que lo dice. Los que lo oímos entendemos "y yo más".
Hace falta que el PSOE se reinvente, abra sus puertas, y se acerque de verdad a la gente. No pueden seguir los mismos que llevan en la cupula del partido años y años.
Me ha gustado la claridad del artículo, Oti.
Los votantes del PSOE estan hartos de que los engañen haciendo politicas de derechas y siguiendo haciendolas en los mismos sitios que gobiernan.
ResponderEliminarlunes, 18 de febrero de 2013ALGUNAS CAUSAS DE LA DESAFECCIÓN CIUDADANA HACIA LOS POLÍTICOS Y LA POLÍTICA.
ResponderEliminarEntre la bipolaridad del reconocimiento del arduo trabajo que muchos realizan y el desprecio por la forma en que otros entienden lo que es el servicio público, trato de recoger en estas líneas algunas de las múltiples causas de la desafección ciudadana hacia la política.