sábado, 8 de marzo de 2014

ME HA SALIDO UN CHICHÓN

Esta mañana al levantarme, por aquello de no molestar demasiado a quien no tenía obligación de levantarse a las 6,30 de la mañana, he salido a oscuras de mi habitación y me he dado un golpe en la frente contra la puerta. Me ha salido un bonito chichón. No ha salido ni medio quejido de mi boca, y lo primero que he pensado ha sido: “Cariño, hoy te va a tocar aguantar bromas de tu clientes delante de otros clientes, y te van a llamar maltratador. Seguro”. A la gente le gusta mucho bromear con estas cositas: -“Eh, tú, qué le has hecho a tu mujer. JOJO”- No lo voy a negar. Si la proposición principal me provoca un “No bromees con estas cosas (imbécil)”, cuando oigo el JOJO empiezo a ver con fondo rojo. ¿Cuál es el extraño mecanismo cerebral por el cual el hecho de que un 22% de las mujeres europeas haya sufrido maltrato de sus parejas y una de cada tres haya sufrido algún episodio de violencia sexista provoque semejante alarde de humor inteligente?.

Las cifras son estremecedoras, ciertamente. ¿Cómo es posible? Veamos. Tomemos como ejemplo a España, país en el que, tras muchos 8-M acumulados, tras incontables debates, tertulias, simposiums, observatorios, másters, oficinas de atención, negociados, subsecretarías, incluso un Ministerio de Igualdad…a día de hoy pende como amenaza sobre las mujeres una ley sobre el aborto de la que ya se ha hablado bastante y nos acostumbramos a oir frases como “Sé sumisa”, “Una violación no es motivo de aborto”, (dichas por destacados representantes de la Iglesia) o “La Cenicienta es un ejemplo para nuestra vida por los valores que representa. Recibe los malos tratos sin rechistar, busca consuelo en el recuerdo de su madre.” Esta última frase fue dicha por la hoy señora Alcaldesa de la ciudad de Madrid, Ana Botella en 2003. Como ejemplos para no caer en la tentación de achacar todos los comportamientos indecentes con las mujeres a la maldita crisis económica que actúa como la escoria cubriendo y disimulando la crisis de los valores morales, son suficientes. Claro que una situación económica desesperada actuará de catalizador en reacciones violentas; es obvio que el no ver claro su futuro si se aleja de su marido impedirá que muchas mujeres denuncien la violencia que sufren en casa; por supuesto que la desesperación provoca reacciones inimaginables viviendo en época sin sobresaltos. Seguro que sí. Pero no nos engañemos. Este retroceso brutal en la consideración del papel de la mujer, este descaro con el que se habla de nosotras las mujeres como si fuéramos úteros con piernas y sin cerebro, esta crisis, también es ideología. 

A nada que nos pongamos a pensar un poco nos daremos cuenta de que, si bien fue a mediados del siglo XIX cuando los movimientos reivindicativos de la mujer se hicieron visibles, las banderas enarboladas por aquellas mujeres que lucharon por el sufragio femenino, la igualdad, la denuncia de la opresión social, familiar y laboral, no fueron toleradas ni recibieron media complicidad hasta que fue necesaria su integración en el mercado de trabajo porque los hombres estaban preparándose para la guerra, inmersos en ella, o caídos en combate. ¿Por qué entonces deberíamos hacernos ni media ilusión de que ahora, en situación inversa, cuando estamos recogiendo los trocitos de la devastación sufrida por esta crisis que no es crisis sino estafa, cuando lo que sobran son manos, vamos a seguir recibiendo la misma consideración que cuando hacíamos falta por parte de quienes llevan en su ADN el machismo más retrógrado, ese que secularmente ha querido ver a las mujeres en casa y con la pata quebrada? .

Dentro de esta guerra de capitalismo más salvaje contra las clases más humildes, el ejército formado por las mujeres trabajadoras lleva camino de ser desarbolado, humillado y masacrado. Las esperanzas de que el resto de batallones y ejércitos sepan estar a la altura, de momento se revelan escasas. El grueso del contingente se divide en pequeños flancos al mando de capitanes ocupados en la defensa de la propia trinchera. Las fuerzas están divididas y los altos mandos miran el campo de batalla desde sus atalayas, diciéndose: Algún día todo esto será mío. 

Itziar Lacalle Sukunza
@itziarSukunza
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