En marzo de 2004 una mujer inteligente y comprometida, refugiada política en España, amenazada de muerte en su país por liderar protestas campesinas, al enterarse de que pronto seríamos padres, nos felicitó por ir a tener una hija en un país como España.
Hacía poco que el Partido Socialista había ganado las elecciones, con el compromiso de no mentir a una ciudadanía indignada por la ignominosa manipulación de la información que el gobierno de Aznar había llevado a cabo tras la horrible tragedia de los atentados del 11 de marzo.
Que suerte tendría mi hija de vivir en un país con un gobierno que, como primera decisión, retiró las tropas del Irán. Un gobierno comprometido con la igualdad, con los derechos civiles, con la lucha de las mujeres…
Una niña nacida en un país a la vanguardia de Europa, donde todxs podían casarse con independencia de cual fuera su opción sexual, favoreciendo la igualdad efectiva de los ciudadanos en el desarrollo libre de su personalidad, construyendo, como dijo el Presidente del Gobierno, un país más decente.
Un país decente en el que la igualdad entre mujeres y varones se garantizaba por ley, se enseñaba en las escuelas. Donde las mujeres podíamos decidir libremente sobre nuestra maternidad, sin tutelas ni coacciones.
Mi hija no sufriría discriminación salarial por ser mujer, ni sentiría sobre su cabeza el techo de cristal contra el que nosotras seguimos golpeándonos. Podría conciliar su vida laboral y familiar porque el sistema educativo acogería a sus hijxs desde los 0 años y sólo cuidaría de personas dependientes si esa fuera su opción profesional.
Así era su futuro en 2004, pero como en las tragedias de Shakespeare algo terrible ocurrió que lo cambió todo. El tsunami que está arrasando nuestro presente, confundiendo economía con ideología, proyecta su energía catastrófica sobre sus posibilidades. Hoy, a punto de cumplir 10 años, mi hija volverá a estudiar religión en el colegio, una religión que, más allá de creencias, propaga arquetipos femeninos de sumisión al varón ya que la mujer es, a sus ojos, un ser inferior creada para garantizar la supervivencia de la especie.
Hoy por hoy, mi hija no podrá decidir si quiere o no ser madre si su pareja es del mismo sexo porque “la ausencia de varón no es una patología” y por tanto, todo dependerá, no de su voluntad sino de su cuenta corriente. También, gracias al Partido Popular, su saldo bancario será determinante en el caso de que opte por no ser madre si se queda embarazada, a no ser que acepte que la declaren loca.
Hoy su futuro laborar es incierto, su formación dependerá de nuestra situación económica, la mía y la de su padre, y no de su capacidad y esfuerzo. Y, en segundo lugar, la precarización del mercado laborar y la vuelta a los roles sociales que sufrieron nuestras abuelas, ejercerá sobre ella una presión invisible pero feroz.
Si trabaja ganará poco y quizás decida quedarse en casa a cuidar de sus hijxs, porque no la compense económicamente pagar una guardería. Quizás se vea obligada a cuidarnos porque nuestros recursos económicos no puedan proporcionarnos una vejez digna.
Puede que tenga que vivir a miles de kilómetros, en otro continente, pero no por elección sino porque no le quede más remedio para “buscarse la vida”.
Hoy, nacer mujer en España es peor que en 2004. Hoy ya no es aquel país decente a la vanguardia de Europa. Hoy España es un país donde fiel al dicho de “a Dios rogando y con el mazo dando”, el gobierno del Partido Popular perpetra un retroceso brutal en los derechos del 50,6% de la población y mientras, la ministra de trabajo se encomienda a la Virgen del Rocío, el ministro de justicia declara que la maternidad es lo que nos hace auténticas mujeres, y el ministro del interior pide protección para España a Santa Teresa y concede a una virgen la medalla de oro al mérito policial.
Por eso hoy no es día de felicitaciones.
Pilar Fernández Tomé
Funcionaria. Concejala del PSOE en Mostoles
De Foro ético
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