Introducción
Son cada vez más las voces que se oyen reclamando una
renovación ética de la vida política, entendiendo por esta el conjunto de acciones realizadas por personas concretas
con la finalidad de incidir en la regulación de las relaciones entre las
personas pertenecientes a una misma sociedad que se ha dado un Estado del que
forman parte y, también, de incidir en las relaciones entre los distintos
Estados del mundo. Una intervención ordenada dentro de una asociación de
quienes voluntariamente han aceptado hacer converger sus voluntadas en orden a
determinar normas a las que han de
sujetarse los ciudadanos, hombres y mujeres, e instrumentos con los que
realizar el contenido de esas normas.
Es cierto que esas referencias a
la renovación ética casi siempre se realizan pensando en las organizaciones
políticas, esos conjuntos de personas que tienen como fin específico alcanzar
el gobierno de la Nación para desde él redactar las normas de acuerdo con su
concepción del mundo, de la sociedad y de los individuos que la componen. Pero
no es menos cierto que la revolución ética que algunos reivindicamos, o lo
hacemos con mayor contundencia, que exigimos, está dirigida a todo tipo de
organización inscrita en un estado
democrático. Y decimos “estado democrático” porque solo en su seno es posible
hablar de requisitos éticos. Las dictaduras o teocracias (un “o” que debe
entenderse como inclusivo) están huérfanas de ética, es un conocimiento incompatible con ellas.
A pesar de ese incremento de
movimientos, de asociaciones, de voces reclamándola a uno no deja de
sorprenderle que cada vez que alguien diserta sobre la materia no deja de
hacerlo limitándose a expresar un conjunto de conceptos universales. Casi
siempre, por no afirmar que siempre, se trata de discursos de la Razón
Conceptual cuando, por tratarse de la Ética, esos discursos deberían serlo de
la Razón Práctica. Tenemos a los primeros como vacíos y utilizables en
cualquier momento y por cualquier sujeto, incluso por aquellos que carecen de
un comportamiento ético, es decir, les es ajeno un comportamiento sujeto a
normas universales que lo son porque si obligan a los demás es porque obligan
antes a uno mismo; si los otros las cumplen, antes es uno quien las ha
cumplido.
Dicho de la política se ha de
construir un pensamiento en el que se funden los enunciados normativos que
regulen el hacer de las personas que hayan decidido asociarse para intervenir
en la acción de gobierno o en cualquier otro tipo de acción convertida en
institucional por cuanto procede precisamente de un grupo organizado y
reconocido por las leyes de un Estado.
La organización y sus dos elementos constitutivos: el
aparato administrativo y el aparato político (1)
El aparato administrativo
Toda organización tiene en su ser
dos elementos perfectamente diferenciados que la constituyen y que no deben ni
confundirse ni entrelazarse: una estructura organizativa con la gente encargada de su funcionamiento y un conjunto
de personas que cumplen con la función propia de la organización, en el caso
que nos ocupa, hacer política. Ha sido habitual, y sigue siéndolo aunque en
menor medida, que esos dos elementos se
hayan confundido o, cuando menos, que el primero haya sido utilizado por
quienes formaban el segundo para beneficio propio, o dicho de otra manera, para
asegurar en él su continuidad ilimitada en el tiempo.
Son dos áreas de actuación que
nada tienen que ver entre sí, por mucho que se quiera desmentir este aserto. La
organizativa es una función técnica a desempeñar por profesionales de mayor o
menor cualificación en función de los servicios para los que sean requeridos.
Pero han de ser eso, profesionales ajenos a los intereses partidistas de grupos
o grupúsculos que puedan existir en el seno de las organización. Se trata, así
pues, de personas contratadas con la misma finalidad y las mismas condiciones
que se pueden exigir en una empresa privada o en un departamento público. La
permanencia en su puesto de trabajo solo deberá depender de las condiciones
objetivas nacidas de la necesidad del servicio o, en su defecto, de las causas
objetivas que pudieran motivar un despido. Han de formar parte de la estructura
organizativa independientemente de quién sea el dirigente de turno. A pesar de
los cambios en el aparato político. deberán seguir realizando su trabajo con la
profesionalidad que les debe ser propia.
Se ha oído en más de una ocasión
que ese trabajo ha de estar en manos de personas de confianza. De ser cierta
esa afirmación, se estaría afirmando que la actividad de la organización tiene
recovecos o habitaciones oscuras a las que nunca deberá llegar la luz del
conocimiento, o dicho de otro modo, se estaría afirmando que en la organización
hay miembros del aparato político que están realizando alguna actividad o
delictiva o inmoral, únicas actividades que quienes las realizan procuran que
permanezcan en la zona oculta a la que nadie ha de tener acceso.
No, en esas organizaciones
políticas o sociales no pueden haber zonas oscuras y ocultas. Sus trabajadores,
las personas encargadas de su funcionamiento, están obligadas a guardar
confidencialidad pero no más allá de la legalidad o de la eticidad, como en
cualquier empresa privada o cualquier departamento público. Por eso, ha de
entenderse que quien defienda la adscripción de unas personas determinadas a
esos puestos de gestión en función del “grado de confianza” que calibrarían
esos dirigentes, está defendiendo, aunque lo niegue, que parte o toda su
actividad en la organización o no es legal o no es ética, pues de lo contrario
buscaría la transparencia absoluta de su hacer.
La izquierda ha pasado durante un
largo periodo de su existencia por una mala escuela: el estalinismo que no deja
de ser un trasunto del fascismo. Por el bien que se decía perseguir, los
dirigentes adoptaron actitudes que en nada se distinguían de la de aquellos a
los que se decía combatir. Fueron momentos en los que el aparato administrativo
de las organizaciones estaban al servicio, no de la organización y de sus
fines, sino de las personas que en cada momento decidían qué hacer. Pues bien,
de aquella escuela han permanecido en el tiempo ciertos tics como son sustituir
el conocimiento por el autoritarismo y usar la organización en beneficio del
dirigente con el fin de perpetuarse en su posición dentro de la organización.
Ha de entenderse, respetarse y
cumplirse que la parte administrativa y la gente que la forma no pueden ni
deben ser condicionados en su tarea profesional. La exigencia a la que deben
estar sometidos no es otra que la propia derivada de la profesionalidad del
puesto de trabajo para el que hayan sido contratados. Pero también hay que
afirmar que en ningún caso se ha de dar el supuesto en el que personas del
aparato administrativo puedan pasar a formar parte del aparato político. La existencia
de esa mera posibilidad tenderá a pervertir la actividad de las personas
encargas de las funciones administrativas en función de si lo que realizan es
eficaz para alcanzar alguno de los puestos de dirección en la organización con
lo que se estaría vulnerando el principio ético que obliga a hacer aquello a lo
que uno está obligado a hacer por su puesto. Es un principio ético que cada
elemento de la organización realice su función independiente y sin que desde
una ella se altera la naturaleza de la otra. Cada persona debe hacer lo que ha
de hacer, es decir, el contenido predeterminado de ese hacer.
El aparato político.
No hay nada escrito
sobre cómo se constituye este colectivo. Cada organización tiene sus caminos
para que las personas lleguen a formar parte del aparato político, pero en
todos ellos se ha consagrado en los últimos tiempos la intriga como vehículo y
la insidia como instrumento. Y todo ello porque los aparatos han devenido en
espacios muy apetecibles no solo por el reflejo mediático que por formar parte
de ellos proyecta de su persona en la sociedad sino, sobre todo, por ser un
nicho de empleo muy bien remunerado y de no excesiva exigencia evaluada.
Mientras la gran mayoría de afiliados al partido lo son por la mera voluntad de
cooperar en la realización de un ideal, aparecen individuos que parecen reducir
todo su esfuerzo y dedicación a aunar voluntades con el fin de llegar al poder
del partido.
Es en tiempos de
persecución de las libertades y de terror en los que se pone de manifiesto la
virtud ética que caracteriza la conducta de cuantos se integran en
organizaciones políticas, de aquellas personas que se comprometen con una causa
o un fin: la generosidad. No están lejos los años en los que las personas que
en España se comprometían con una causa política lo único que podían esperar,
exceptuada la de alcanzar el fin por el que luchaban, era la cárcel. No había
otra compensación a sus esfuerzos y al tiempo de sus vidas dedicado a ello.
Eran gentes que daban, sin esperar nada a cambio para ellas. Entregaban sin
recibir. Lo que se alcanzaba o era para el colectivo o no se alcanzaba nada.
Lo cierto es que casi
desde los primeros años de la transición fueron muchas las personas, jóvenes,
que vieron en la política un espacio deseado para una fácil realización
personal ajena, o al menos indiferente,
a los fines para los que se entendía entraba a formar parte de un
partido político, un sindicato o una organización social. Las estructuras de
los aparatos políticos de esas organizaciones estaban constituidas por
numerosos nichos en los que se remuneraba con alegría a quienes los ocupaban.
Ocuparlos no era ya una consecuencia nacida del compromiso sino del deseo
egoísta.
La percepción que
comenzó a formarse de esas organizaciones fue la de un laberinto de pasiones
por el que se movían unas personas que querían ocuparlos cuando los nichos no
eran suficientes para atender tanto
deseo desenfrenado. Eran y son muchas las personas que se afilian a un partido
por encontrar en ellos el instrumento que puede hacer efectiva su concepción de
la sociedad o, por lo menos, que procurará intentarlo. Es una asociación de
sujetos altruistas por un bien común. Pero también es cierto que entre ellas
siempre hay un grupo reducido cuyo fin primero es ser algo en la organización,
por ser y por obtener una sustanciosa remuneración. Desde el momento en el que
se tomó conciencia de que quien llegase a formar parte de los aparatos de las
organizaciones tenía mayores posibilidades de ocupar alguno de esos nichos bien
remunerados, desde ese mismo momento la gente que conforma esos grupos
minoritarios no dedicó su esfuerzo a desarrollar un pensamiento que acertase
con las acciones que deberían conducir al fin último de la organización, sino
que casi todo ese esfuerzo, por no decir que todo él, se agotaba en buscar
alianzas internas, diseñar estrategias para encontrar los apoyos necesarios y
malbaratar el tiempo en dimes y diretes con el fin de desgastar al definido
como contrario y contrincante en esa carrera por ocupar el nicho
correspondiente.
Llama poderosamente la
atención el caso de aquellas personas más preparadas, con una vida rica fuera
de la organización e incluso con un reconocimiento social que se han ido
separando poco a poco de los puestos de responsabilidad dentro de los partidos.
Han ido abandonando esos puestos para permanecer en el mayor de los anonimatos
en la organización, cuando no la han abandonado. Se cumple así, una vez más, la
máxima económica ya conocida en la Edad Media de que la moneda falsa termina
expulsando del mercado la moneda verdadera. Las direcciones de las
organizaciones (¿todas?, cada una deberá motivarlo de sí misma) tienden a
prescindir de quienes saben y por eso, porque saben, exponen su pensamiento
crítico. Esa actitud molesta. Sin embargo, esas direcciones mantienen a su lado
a aquellas personas que sumisas callan o repiten palabra por palabra lo que
ellas afirman. Es curioso observar cómo cuando uno habla de estos asuntos con
gente de distintas organizaciones, hasta ahora, lo predica de la suya y reitera
un pensamiento que podría resumirse en una declaración que, en cierto momento,
se oyó al dirigente de una federación sindical: “Entre quienes trabajan pero
piensan y manifiestan lo pensado y quienes simplemente se limitan a votar a mi favor
en la ejecutiva, me quedo con estos últimos. “Brazos de madera” , dicen, pero
no inquietan[2]”.
Estos comportamientos
están completamente alejados de una ética de izquierdas, de una reflexión
crítica en la que se sustentan valores, de aquellas que buscan el bien de la
comunidad y que tienen el bien propio solo si lo es de la comunidad. Están tan
alejados que su comportamiento es igual al de quienes están enfrente, esa
derecha que tiene el egoísmo como principio de actuación del individuo, lo
único que existe y que importa.
Principios éticos o ideas reguladoras de la conducta de
quien se compromete en la acción política.
Se entiende que
cualquier persona que aspire a un puesto de dirección o de representación ha de
tener la capacidad suficiente para generar un pensamiento creativo ordenado a
la consecución de los fines propios de la organización a la que pertenece. Si
eso es así, y así debe ser, (si alguien
no tuviese esa capacidad se estaría cometiendo un fraude, pues se estaría
eligiendo a alguien para hacer algo sin la capacidad para hacerlo), entonces de
toda persona candidata deberían ser conocidos sus escritos sobre aquellos
asuntos de los que ha de ocuparse en el caso de ser elegido. ¿Qué se ha de
esperar de una persona ágrafa? ¿Cómo evaluarla si previamente no se conoce de
ella qué piensa sobre aquello que ha de ser gestionada por ella? No es
suficiente la palabra hablada, no está mal, pero solo la palabra escrita, esa
que objetiva el pensamiento de manera permanente y convierte lo escrito en objeto
de análisis por muchos y en cualquier momento. Solo lo escrito objetiva el
pensamiento de las personas, la palabra dicha es una realidad fútil que siempre
puede ser negada. La máxima medieval ha de ser contradicha con hechos. Solo lo
escrito puede ser objeto de contradicción por mucha gente, en muchos sitios y
en cualquier momento o tiempo. Por eso, toda persona candidata ha debido
ser autora de algunos escritos en los que sus electores puedan conocer aquello
que piensa. O dicho de otra forma: no
puede ser candidata una persona que no haya escrito nada.
La concepción de que los
partidos son nichos de buenos empleos ha de ser contradicha con el hecho de que
quien ocupe un puesto en el aparato ha de proceder del mundo del trabajo (estar
en activo en él o, coyunturalmente, en paro, pero con una actividad laboral
ajena a la organización a la que se pertenece y a la que se puede incorporar en
cualquier momento). No deja de ser una perversión de la concepción del hacer
político aquella que justifica que una persona comience militando en las
secciones juveniles de las organizaciones y a partir de ellas “haga carrera” en
el partido. El compromiso político solo nace como tal en un sujeto que teniendo
vida social y laboral propia decide dedicar parte de su tiempo o todo su tiempo
a la intervención colectiva en la gestión de la vida pública. Es fácil que se
dé una confusión entre interés y compromiso en aquellas personas que tienen su
vida social y laboral como una realidad unidimensional circunscrita desde siempre
a la organización en la que han llegado ocupar alguno de sus nichos. Es más que
posible que así sea por cuanto su compromiso es su interés, ya que si se
quebrase este por voluntad propia o por voluntad de terceros, entonces también
se quebraría su compromiso. Y de esa confusión nace el que, en esos casos, se
esté más pendiente de cómo defender el interés que de cómo incidir en la mejora
de la gestión de la vida pública. Por eso, toda persona candidata ha de
tener un puesto de trabajo fuera de la organización en la que se presenta o por
la que se presenta para un cargo electo. O
dicho de otra manera, nadie podrá ser candidato si no tiene un puesto
laboral externo de referencia.
Cualquier ocupación en
atender las necesidades de los ciudadanos, hombres y mujeres, y de regular la
relación entre ellos es de tal naturaleza que exige la atención máxima de
aquellos que han de dirigir la acción orientada a ello. La responsabilidad no
puede ser compartida, pues si pudiese serlo, entonces se estaría poniendo de
manifiesto que lo que la constituye no tendría la entidad suficiente para
alcanzar tal grado y debería por lo tanto, junto con otras, formar parte de una
distinta. A este hecho debería añadirse que esa ocupación se desarrolla en un
marco democrático que por definición
busca el reparto del trabajo y de las responsabilidades. Cualquier otra
forma de gobierno o de gestión de la cosa pública justifica la acumulación de
ocupaciones, que no se realizan, pero que sí se poseen, pues en su posesión
está la constatación del poder que uno tiene. Uno ha de ocupar aquello que
puede realizar y a lo que está obligado por ocuparlo. Y como se ha dicho, si
una ocupación tiene entidad propia exige una dedicación plena. La honestidad en
el hacer obliga a ocupar solo aquello que uno realiza. Por eso, toda
persona elegida o designada para un puesto de responsabilidad lo será solo para
uno recibiendo las retribuciones de ese solo puesto. O dicho de otro modo: Nadie podrá ocupar más de un puesto de
responsabilidad, como electo o designado, ni percibir más de un sueldo por
ello.
La verdad es el
fundamento sobre el que se construye la persona libre. Su ausencia es la que
hace real su alineación. Solo cuando ella está presente el individuo tiene
posibilidad de elegir, acertando o equivocándose, pero en cualquier caso será
una acción predicable solo de él. Lo contrario significa que otro sustituye su
voluntad actuando por él o provocando que él actúe de acuerdo con lo que el
otro quiere. El desarrollo evolutivo hizo posible que el ser más complejo
tuviese como capacidad de su naturaleza aquella que le permite decidir hacer o
no hacer, hablar o callar, cazar solo o buscar otras voluntades cooperativas,
en definitiva, optar entre dos o más posibilidades. Es de entender que el
Hombre honesto busque siempre la acción en la verdad. porque esa acción será
libre. Pues bien, en nuestro sistema político el elegido solo sabrá la verdad
de su elección si ha recibido el voto directo de todos aquellos que les
corresponde por derecho: sujetos inscritos en el censo electoral o afiliados a
las organizaciones políticas, sindicales o sociales. Si la elección es
convertida en un proceso de selección representativa, se está vulnerando el
principio de veracidad y el de libertad, pues la de aquellos que actúan en el
primer nivel selectivo se diluye en cuanto corresponde al segundo nivel
realizar otras acciones electivas. Y así, hasta el nivel más alto y selecto,
por seleccionado. La única posibilidad de que lo que piensa el elector llegue
al elegido es que aquel lo elija directamente. Esta reflexión motiva dos ideas
reguladoras: a) La elección a cualquier órgano de dirección ha de ser
por votación universal y directa y b) Las propuestas para ocupar cargos de
representación o dirección han de realizarse a través de listas abiertas en las
que sus componentes serán ordenados de forma aleatoria (nunca por orden
alfabético)[3].
La relación
electores/electo genera en éste la obligación de devolver a aquellos que lo han
constituido como cargo electo la explicación del uso que realiza del mandato
recibido. Toda persona elegida contrae un débito con aquellas que lo han
elegido, débito que como tal está obligado a satisfacer. En los partidos son
frecuentes los llamamientos para que un cargo o persona electa explique a los
suyos lo que aquel considere oportuno, pero esa explicación realizada mediante
la palabra hablada es tan ligera y rápida que ni tan siquiera las personas que
han podido o querido asistir pueden retenerlas para revisarlas, entenderlas y,
en su caso, expresar un análisis crítico de ellas. Considerando la misma
reflexión del punto anterior, si quien ha contraído ese débito tiene como una
de sus misiones luchar contra la alineación del Hombre, entonces esa persona
viene obligada a facilitar a los afiliados o a los electores los medios
suficientes para que puedan conocer la verdad y así puedan, consecuentemente,
actuar en libertad ante el cargo o la persona electa. Por eso es obligación de quien
ha sido elegido presentar a sus electores a qué dedica su tiempo, cuáles son
sus iniciativas para la consecución de los fines para los que fue elegido, qué
ha conseguido y qué no, y por qué no. Dicho de
otra forma, todo cargo electo está obligado a presentar por escrito el
uso que realiza del mandato recibido.
Asambleas explicativas, todas, pero solo el escrito podrá dar por cumplida la
obligación.
Los partidos políticos
son entes cuya actividad es totalmente ajena a la contraprestación mercantil
por el servicio que prestan. Por eso, solo pueden tener tres fuentes de
financiación: las cuotas que abonan sus afiliados, las cantidades que a través
de los presupuestos les asignen los gobiernos de acuerdo con la legislación
pertinente que obligue a ello y, por último, aportaciones particulares en forma
de donación. En cualquier caso, el dinero que puedan manejar no tendrá origen en el trabajo propio
convertido en mercancía, con valor de mercado, que alguien paga por ella y
permite a la organización no solo recuperar el capital invertido sino obtener
una plusvalía a repartir entre sus “socios”. En todos los casos, el montante
mayor de la financiación corresponde a fondos públicos y de los afiliados, pues
bien, siendo así, es obligado que los ciudadanos sepan en todo momento cuál es
el uso que se realiza de esos dineros aportados. Por ello, los ciudadanos, como
contribuyentes de los que el Estado toma una parte de lo que ellos han aportado
a lar arcas públicas para dárselo a esas organizaciones, como los afiliados,
que aportan directamente sus dineros (y en ese ciudadanos y contribuyentes siéntanse
comprendidos hombres y mujeres) tienen todo el derecho a conocer el salario de
quienes lo perciban por tener una responsabilidad en la organización (debe
entenderse por salario el total percibido por los conceptos que sean) así como
lo gastado en el resto de actividades sufragadas con esa parte del dinero. Por
eso, es obligación de los responsables políticos, sindicales o de la
organización hacer público todo lo que perciben de su organización y las
organizaciones deberán garantizar la trasparencia en la gestión del gasto. O dicho de otro modo, los electores o
afiliados deben tener fácil acceso a la información que contengan las fuentes
de financiación, en qué se ha gastado el dinero y lo que cobra cada uno de sus
miembros mes a mes (la totalidad de lo
ingresado en su cuenta por cualquier concepto: salario, dietas,
indemnizaciones, ayudas, etc).
Es necesario hacer una
última consideración relacionada con las personas que deciden implicarse en un
proyecto político en aquello referido al tiempo que han de dedicar a ese
proyecto. La decisión de involucrarse nace de la voluntad que en libertad
conduce a las personas a aceptar dedicarle su tiempo laboral, nadie es forzado
a asumir ocupar puestos de responsabilidad en cualquiera de esas organizaciones
y todas las personas saben que esa dedicación es obligada que nazca de un
compromiso de servicio al otro, por lo tanto, en este caso, no se está hablando
estrictamente de tiempo laboral sino de tiempo de entrega que ha de ir más allá
de los parámetros con los que se regulan las jornadas y los esfuerzos laborales
en las actividades realizadas por cuanta ajena y que están sujetas a
intercambio mercantil. Si fuese considerado como una actividad laboral más,
entonces la relación de la persona con la organización estaría presidida por un
contrato laboral, lo que no es el caso. Se está hablando, pues, de que la
persona con cargo está obligado a una acción continua en función de las
demandas a las que da entrada el proyecto político, sindical o social. Por eso,
quienes acepten ser cargos electos o de representación vienen obligados
a no tener su tiempo laboral medido como jornada sino como entrega, sabiendo
que siempre ha de ir más allá de los tiempos marcados para cualquier persona
trabajadora por cuenta ajena. O dicho de otro
modo: las personas dedicadas a la acción política, sindical o social con
cargo tendrán como entrega nacida del compromiso el tiempo de dedicación al
proyecto.
Este artículo es responsabilidad y opinión del firmante. Los comentarios, vertidos por las personas visitantes, son responsabilidad de las mismas.
(1) Aunque la reflexión está dirigida a los partidos políticos, todo lo que aquí se dice puede predicarse en igual medida de los sindicatos y organizaciones no gubernamentales.
(2) Expulsaron a quienes
sabían y exponían su pensamiento crítico y se quedaron con aquellas personas
que asumían calladas. Prescindieron de quienes trabajaban y se ensancharon
cómodos entre quienes votaban siempre a favor. Juntaron sumisos (sometidos) y
“brazos de madera” y con ellos dieron contenido a sus organizaciones. Por eso
fueron constituidos como “jefes”.
(3) Con las listas cerradas el elegido nunca conocerá la verdad de sus electores pues nunca podrá saber cuántos de los votos recibidos por la lista que encabeza o de la que forma parte fueron emitidos pensando en su capacidad e idoneidad
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