Por el interés que supone para la regeneración democrática el intercambio de ideas y opiniones respecto a las causas y posibles soluciones de la desafección actual, consideramos de interés traer a este blog las propuestas que en su día manifestó, a través de un art. en "El Pais" Cesar Molinas y que hoy vuelven a estar de actualidad, junto con un análisis crítico de algunas de ellas que realizó Francisco López Romito.
@foroetico
El 10 de
septiembre pasado en las páginas de El País,
pudimos leer un extenso artículo, “Una
teoría sobre la clase política española” , firmado por César Molinas
que recomiendo leer antes de disponerse a mirar los siguientes comentarios. Ya
que no sería funcional, por lo limitado del espacio para ello, hacer un detallado
análisis de la teoría expuesta, trataré de apuntar algunos elementos salientes.
Simplificando hasta llegar a un chivo expiatorio: “la
clase política”
De entrada el autor afirma, sin titubeos, que en
España no hay diferencias en el variadísimo mapa de Partidos Políticos. Son
todos lo mismo, responden a un “sistema de capturas de rentas que se sitúa por
encima del interés general de la nación”. Esto los lleva a conformar “la clase
política” cohesionada alrededor del “interés particular” como sector unívoco y
segregado de la sociedad. “En este sentido forma una élite extractiva”.
Después despliega en varias páginas las pruebas de ese
aserto, mezclando políticas económicas, tributarias y sociales con casos
conocidos de corrupción, sin hacer el mínimo esfuerzo de análisis cualitativo
para diferenciar los intereses económicos y sociales que las inspiran y tienen
como objetivos.
Pero es que hace ya un tiempo, desde The End of
History and the Last Man, son muchos los que han decretado la desaparición
de las clases sociales. La sociedad no estaría ya conformada por grandes
conjuntos sociales con papeles diferenciados, intereses contradictorios y
formas de ver la realidad disímiles, que se expresan o canalizan, de forma más
o menos clara, en el plano político a través de las estructuras
institucionales, las organizaciones sociales y, de forma relevante, los
partidos políticos.
Según esas concepciones simplificadoras, existirían
“grupos de interés” –“como los controladores aéreos”- que pugnan por
salir gananciosos en una especie de competencia futbolística, entre los cuales
juega el equipo de “la clase política”.
Para colmo los políticos españoles, aparte de
dedicarse compulsivamente a capturar y malgastar rentas, no se enteran de nada,
no tienen un diagnóstico preciso, ni estrategia de futuro. No tengo el gusto de
conocer a César Molinas y no conozco su profesión, pero me llama la atención
que no repare en que la inmensa mayoría de militantes políticos con puestos de
representación electoral o cargos de gestión institucional ostentan niveles
superiores de educación o formación. Si la fotografía española adolece de algo,
es de la escasa presencia de ciudadanos y ciudadanas sin esos niveles de
formación o que no integran los cuerpos de élite de las administraciones públicas,
la educación o la sanidad.
La indisimulada apelación a la necesaria aportación de
“conocimiento y racionalidad técnica” en los puestos de mando de la gobernanza,
mejor no sustentarla en esas supuestas debilidades de “la clase política”
española. A propósito, a Carlos Solchaga – a quien tengo el gusto de conocer –
yo lo definiría como un “técnico brillante” que sabe mucho más de política.
Comprendo que a partir de sus premisas Molinas tiene
que hacer afirmaciones como esta: “La clase política española tiene que
defender, como está haciendo de manera unánime, que la crisis es un acto de
Dios, algo que viene de fuera, imprevisible por naturaleza y ante lo cual sólo
cabe la resignación”. Yo le aconsejaría que no fuese tan categórico, aunque
más no sea porque muchos políticos no son creyentes.
De cómo hablar hoy del fracaso de las naciones,
sin referirse a la economía
Veamos ahora por qué fracasan las naciones. Molinas y
sus autores de referencia nos dan la respuesta. Es obvio que la causa está en “un
sistema de captura de rentas que permite, sin crear riqueza nueva, detraer
rentas de la mayoría de la población en beneficio propio”, un sistema que
termina por no respetar “el Estado de Derecho y las reglas del mercado
libre”.
Ahora ya nos vamos aclarando, el problema está en que
se interpone una troupe avariciosa e irresponsable que dificulta la libre
apropiación del excedente y acumulación del capital por parte de los defensores
de “la destrucción creativa que caracteriza al capitalismo más dinámico”.
El autor no aclara si se refiere a toda “la clase
política” o a una parte, pero es evidente que entre esa “clase” hay unos que
saben muy bien acerca de la creatividad destructiva de las crisis capitalistas
y se empeñan en defender y ampliar el Estado del Bienestar, mientras otros
aprovechan esas crisis para debilitarlo y poner la economía y el Estado al
servicio de los intereses privados dominantes.
Entiendo que mal se compadece la mención a Popper con
lo que Molinas realmente sugiere, pues me animo a decir que ante el empeño del
Gobierno del PP por desmantelar el incipiente Estado del Bienestar español,
Popper respaldaría los modelos de bienestar nórdicos basados en el control por
el Estado de no menos del 50% de la renta nacional. No menciono a Deutsch porque
Molinas no aclara si se trata de Eliot u otro homónimo.
Y después a proclamar reformas, sin decir cuáles, o
asegurar que aumentar la recaudación fiscal – sin especificar qué impuestos y a
cargo de quienes – sólo responde a la famosa captura de rentas. Pero donde se
pone de manifiesto la “imparcialidad técnica” del autor es en la valoración que
hace de: “La única reforma llevada a término por iniciativa propia, la del
mercado de trabajo, no afecta directamente a los mecanismos de captura de
rentas.” Faltaba más, al Gobierno del PP lo que le interesa es restablecer
la tasa de ganancia, a costa del precio de la fuerza de trabajo, para que no
decaiga la apropiación privada de excedente. Sobre esta premisa justifican
todas las políticas y medidas instrumentadas por el gobierno de la derecha
española, como vía de salida de la crisis. Pero a Molinas no le provoca ninguna
inquietud intelectual.
Cambiamos la ley electoral y todo se arregla
Terminemos con las propuestas de César Molinas
tendientes a generar “una clase política diferente, más adecuada a las
necesidades de España.
En realidad sólo hace una propuesta que presenta “Para
cambiar el sistema electoral”. Aunque a lo largo del artículo no
desaprovecha la ocasión de, a partir de muchas de las disfunciones y problemas
de nuestra estructura institucional, romper lanzas en favor de una
recentralización del Estado en aras de una, no probada históricamente, más
eficaz y eficiente gestión de los intereses públicos.
Por supuesto que sus propuestas parten del principio
de dar mayor capacidad a los ciudadanos en el funcionamiento del Estado
Democrático de Derecho y, especialmente, a la hora de elegir y controlar a sus
representantes.
Llama la atención, sin embargo, que su artículo haya
sido publicado el 10 de Septiembre de 2012 y crea que al modelo autonómico se
puede hacerlo retroceder hacia formas centralizadas preconstitucionales. Pero
como Molinas tiene por muy cierto que hay un divorcio absoluto entre la
ciudadanía y la clase política, aquella apoyará más temprano que tarde
las racionales propuestas de técnicos de reconocido prestigio para administrar
eso de la soberanía popular. Y qué mejor que un buen poder central que tantos
logros ha proporcionado desde Colbert hasta el presente.
En definitiva y sin pretender polemizar con el señor
Molinas, creo que lo que se impone es adecuar el modelo constitucional al grado
de maduración del proyecto autonómico, que supere disfunciones y solapamientos
y responda mejor a las ideas y reclamos de muchos ciudadanos en todas las comunidades
autónomas. Y eso precisa de un nuevo pacto constitucional que, como mínimo,
otorgue un papel de representación autonómica o federal al Senado,
incluya una clarificación de competencias, un nuevo sistema de
financiación y que, en definitiva, garantice que todos se sientan reconocidos y
seguros en el ejercicio de sus libertades y capacidad de decisión.
Sobre esto habrá oportunidad de conversar durante
bastante tiempo.
Listas abiertas: la última panacea
Que el sistema electoral necesita cambios y que, si
acertados, colaborarían con un mejor funcionamiento de los partidos políticos y
del ejercicio de la democracia representativa en nuestro país, no soy yo quien
lo ponga en duda. Pasa que, quizás, las cosas son un poco más complejas de lo
que individualmente nos pudiese agradar.
Molinas propone pasar de “un sistema electoral
proporcional, con listas cerradas y bloqueadas confeccionadas por las cúpulas
de los partidos políticos” a un sistema mayoritario en el que “los
cargos electos responden ante sus electores, en vez de hacerlo de manera
exclusiva ante sus dirigentes partidarios”. Reconoce que eso deja fuera del
sistema a los partidos minoritarios y propone que “dos tercios de los
escaños se votarán en colegios uninominales y el tercio restante en listas cerradas
en las que los escaños se distribuirían proporcionalmente a los votos
obtenidos”. Se felicita de que “el ‘gobierno técnico’ de Monti ha
llegado a conclusiones similares”, desafortunada referencia tratándose de
un Presidente de Gobierno sin la legitimidad de haber pasado por las urnas.
Más ilustrativo sería referirse al sistema electoral
británico que, entre otras debilidades tiene el de dejar sub-representado al
tercer partido que difícilmente compensaría la diferencia con su porcentaje del
tercer tercio. Amén de las disfunciones generadas por la deriva personalista y
demagógica para mantener el apoyo ciudadano al margen o enfrente de las
decisiones democráticas del propio partido. Por otra parte, convendría analizar
el sistema mayoritario en distintos escenarios de financiación de las
formaciones políticas.
La fortaleza de las direcciones partidarias se dirime
no por el voto de los ciudadanos en las elecciones sino en el sistema de
designación de los candidatos partidarios. En esto, hemos asistido a un proceso
donde el PSOE y otras formaciones, han ido introduciendo fórmulas que,
como en el tema de la igualdad de género se han trasladado a la conformación de
todas las listas electorales. Otro tanto ha sido la elección por elecciones
primarias de los cabezas de listas, en las que el PSOE parece apostar por
abrirlas a los simpatizantes no afiliados. Y las limitaciones a la acumulación
de cargos u otras medidas tendentes a dificultar el acaparamiento de poder
interno y externo. Todos sabemos que el PP, en todo eso viene muy a remolque,
lo suyo es el dedo y la libretita azul, pero es de esperar que sus propios
votantes los irán empujando hacia prácticas más democráticas.
¿Por qué no introducir la forma de listas cerradas
pero no bloqueadas, para que primero los afiliados y, una vez rodada esa
práctica, los electores después, puedan alterar el orden de las listas
expresando sus preferencias?
Desde hace tiempo IU viene señalando que el sistema
electoral los perjudica por la distribución provincial de escaños, lo que
beneficia a los grandes partidos y, especialmente, a los partidos de ámbito
regional. Esto es así y proponen un porcentaje de puestos elegidos en el ámbito
nacional una vez superado un porcentaje mínimo de votos. Mas lo que parece a
simple vista una solución y no debiera existir reparo a ponerlo en
marcha, no aseguraría el resultado esperado por IU. Los partidos nacionalistas
y regionalistas podrían extender la práctica de coalición de las elecciones
europeas a las generales, amortiguando el efecto de esa reforma.
Por último recordar que la elección de Senadores no se
realiza por listas cerradas y bloqueadas, que sí lo es para diputados
nacionales y autonómicos y en las municipales. Si se avanza en la adecuación
del Senado a la previsión constitucional como Cámara de representación
territorial, es decir de las Autonomías, habrá que plantearse algunas
preguntas:
¿Elección de Senadores por Provincia o por Comunidades
Autónomas?
¿Mantenimiento del sistema de elección nominal?
¿Cuántos Senadores por Autonomía, con o sin peso
ponderado por población?
¿Mantenimiento de elección indirecta de Senadores por
los Parlamentos Autonómicos?
Todas estas cuestiones son suficientemente complejas
como para mantener un cierto cuidado a la hora de verter opiniones personales.
No creo en las soluciones técnicas para problemas políticos, sino en soluciones
políticas con una instrumentación técnica.
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