Presentamos los trabajos preliminares del grupo MEDIOS DE COMUNICACIÓN, que
nos gustaría enfocar en la doble vertiente de COMUNICACIÓN y MEDIOS. Se trata
de un análisis previo de la situación que da paso a unas líneas generales de
actuación. Nuestro objetivo es presentar una serie de documentos de reflexión,
algunos ya en marcha, otros aún por desarrollar, que irán acompañados de una
serie de propuestas en tres grandes líneas de actuación.
La primera son los medios propiamente dichos, públicos o privados, su
funcionamiento, sus intereses, el interés del gobernante, la opinión pública y
la opinión publicada, y su papel vital en primera línea de la lucha contra la
corrupción.
La segunda línea de trabajo hace más referencia a la comunicación en sí, la
construcción del mensaje, y como dotarlo de la credibilidad necesaria para que
llegue a sus destinatarios.
La tercera línea de trabajo hace referencia a las nuevas tecnologías y las
posibilidades que abre en cuanto a comunicación y participación.
Y así está la situación. Exponemos ante vosotros nuestros trabajos
preliminares, abiertos a cualquier ayuda y dispuestos a escuchar cualquier
opinión. Queda mucho trabajo por delante. No sabemos qué recorrido tendrá todo
esto, pero en cualquier caso, si tiene que embarrancar en algún punto, que no
sea porque no hayamos dado lo mejor de
nosotros.
Fdo: El grupo de Comunicación y Medios.
LA COMUNICACION Y LOS
MEDIOS, PRESENTE Y EXPECTATIVAS.
Desde que en el siglo XVIII Edmund Burke empezara a hablar del cuarto poder
hasta nuestros días, la información que nos llega lo ha ido haciendo de manera
creciente a través de los medios de comunicación, de manera que en este
momento, los medios ayudan en un alto porcentaje a la creación de una corriente
principal de pensamiento que acaba constituyendo la opinión pública. En este
sentido, no se puede obviar el papel de los medios de comunicación a la hora de
plantear un proceso de regeneración democrática, ya que la prensa es y ha de
ser clave en la higiene del sistema mediante la pública denuncia y la difusión
de información.
Se hace complicado hacer una reflexión sobre algo que se encuentra en un
momento tan intenso de transformación como son los medios de comunicación, un
proceso resultante de una serie de factores que se conjugan en una tormenta
perfecta: una revolución tecnológica superpuesta a una crisis económica,
empresarial, ética y del propio sistema. En tiempos de presencia creciente de
los medios, paradójicamente la profesión en sí sufre el peor de los retrocesos,
un paro espeluznante, y unas condiciones cada vez más precarias, que ponen en
serio riesgo el papel a desempeñar en la sociedad como contrapeso a los abusos
y arbitrariedades por parte de cualquier tipo de poder. La desaparición de
medios fruto de la crisis, la transformación de transmisor de opinión a
generador de la misma y la precarización creciente se suman a una creciente
dificultad para discernir la fiabilidad de los contenidos que se encuentran en
la red. A veces es un problema el deterioro de la relación señal/ruido por el
ingente volumen de contenidos de dudosa fiabilidad a los que podemos acceder
mediante un simple click. Es imprescindible un rearme de la profesión en base a
unos criterios deontológicos cada vez más complicados de seguir por la
creciente precarización, y limitando en lo posible la injerencia del poder en
la profesión, ya sea directamente en los medios públicos, o legislando para
condicionar la línea editorial de los privados. Son de remarcar las recientes
iniciativas colectivas de prensa en medios digitales promovidas por antiguos
trabajadores de otros medios, que aportan una considerable bocanada de aire
fresco frente a los medios más veteranos cuyas afinidades y sesgos están mucho
más consolidadas. Sean los medios tradicionales, o los de nuevo cuño, su papel
en la trinchera de los derechos de la ciudadanía es vital para la salud, la
transparencia y la misma supervivencia del propio sistema democrático.
Es complicado tomar medidas para conseguir unos medios de comunicación
independientes y objetivos. La administración tiene capacidad de acción
principalmente sobre los medios públicos, y probablemente más por dejar hacer
que por intervencionismo. Más que de normativa, se trata de tomar la actitud de
no querer manejar los medios. La elección por mayorías cualificadas de los
directores de los entes, y la actitud de los gobernantes de dejar hacer a los
profesionales han demostrado entre 2004 y 2011 cuál es la línea a seguir.
En el caso de los medios privados, el margen de maniobra fuera de los
medios y sus grupos empresariales está en la exigencia de que cada medio se
responsabilice de lo que publica, y en la madurez de la población al elegir qué
tipo de información espera que le den. La capacidad de decisión del
Estado sobre la propiedad de los medios o en su preponderancia, salvo en el
tema de adjudicación de licencias en el espectro radioeléctrico, es nula y, a
fin de cuentas, los bancos tienen mucha más capacidad de control por el hecho
de ser los tenedores de la deuda pública, y la de los propios partidos. En
los medios privados existe ese carácter de lobby y no nos tenemos que ir
muy a la derecha para comprobar que los medios se alinean a menudo con quien
interesa porque consideran que si establecen algún tipo de simbiosis, el apoyo
que hoy dan, o las trabas al rival, al final se verán recompensadas con un
trato de favor al grupo editorial o a cualquier empresa asociada.
En cualquier caso, incluso en los medios que presentan comportamientos más
razonables, este carácter de lobby incide en la modulación que hacen los medios
del mensaje original, a través de editorialistas o viñetas en el mejor de los
casos, y en casos patológicos retorciendo el concepto de información introduciendo
no ya su propio sesgo, sino su propia realidad virtual. Claro, que este
juego siempre se juega en dos direcciones. Es desde la política desde donde
también se emplean herramientas como filtrar lo que quieres a quien quieres, o
el uso del off the record para conseguir que el medio se mueva o no se mueva en
una línea determinada. Incluso se puede llegar a una especie de libro de estilo
en que la propia elección de las palabras o su prohibición esté destinada a
orientar la opinión pública en un sentido interesado al margen de cualquier
atisbo de objetividad y rigor. Una correcta política de comunicación sí que
puede influir en la percepción del ciudadano, y en que los medios ayuden a
conseguir el estado de opinión favorable que se busca.
Sin embargo, si nos centramos en esto, que realmente no deja de ser
importante, nos estamos centrando en los problemas de los partidos o las
instituciones con los medios, y pasa a un segundo término el intríngulis del
asunto, que es el mensaje propiamente dicho, y a quién tiene que llegar, que es
la población, por qué no llega, y si llega por qué no es creído. Si caemos en
esto cometeremos un error con múltiples vertientes. Primero infravalorar la
capacidad de la política para transmitir su mensaje a la ciudadanía independientemente
de una hipotética voluntad de los medios de imponer su visión, después el
sobreestimar la capacidad de los medios para generar un estado de opinión en
base exclusivamente a sus intereses, y finalmente, y esto es lo realmente
grave, infravalorar la capacidad de la ciudadanía para tener su propio
criterio, en su capacidad de entender y discernir, y esa falta de confianza en
la ciudadanía, ese verla con cierto reparo, es la madre de muchos males
cuyas consecuencias estamos pagando ahora por desconfiar de aquellos a quienes
pedimos su confianza.
La aparición de fenómenos como la berlusconización no vamos a evitarla
únicamente legislando sobre la titularidad de los medios. La mejor vacuna es
evitar el caldo de cultivo en el que crecen, esto es, tomando actitudes que
frenen en seco el descrédito generalizado, que es lo que facilita que aparezcan
fenómenos como Berlusconi o Hugo Chávez, que serían impensables en un entorno
político saneado. Es la propia degradación de la vida pública lo que permite su
aparición, desarrollo y éxito.
Tenemos que ir a la raíz del problema, que no es otra que la propia solidez
del proyecto, la credibilidad de quien lo propone, y su capacidad para
transmitirlo. Por poner un ejemplo: Hace unos días la prensa se hacía eco de la
propuesta de pacto contra la corrupción. Primeras páginas, tribunas, artículos
de opinión ….. ¿y qué es lo que va a quedar para el ciudadano de a pie? El
ciudadano se pregunta qué credibilidad tiene un pacto contra la corrupción de quién
protege a sus corruptos como mamá loba a sus cachorros. El mensaje potente
habría sido, señores, sin necesidad de que nadie me obligue, dejo de proteger a
mis corruptos, incluso a quienes sin serlo están bajo sospecha, abro puertas y
ventanas, asumo el coste político de lo que he hecho, y a partir de ahí,
propongo a los demás un pacto anticorrupción, con la legitimidad que me da el
haber predicado con el ejemplo. La propuesta sería la misma, la noticia sería
la misma, los medios serían los mismos, la ley que se hiciera sería la misma,
pero la diferencia abismal está en cuánta gente me va a creer si doy ejemplo, y
cuanta me va a creer si no lo hago. Ese es el agujero negro que hay que cerrar
porque si no lo hacemos, cualquier iniciativa que tengamos nacerá muerta.
Consideramos que el esfuerzo ha de ir en estas líneas
- Establecer unos criterios de independencia,
profesionalidad y rigor presupuestario en los medios públicos,
profesionalizando y despolitizando la dirección, y esto incluye el poner
en valor el papel como servicio público para justificar el correspondiente
gasto. Igual que cuando te trasplantan de hígado, te presentan una factura
para que seas consciente de que la sanidad cuesta mucho dinero, hay que
poner en valor la importancia de los medios públicos como servicio
público, y a partir de ahí establecer un sistema de financiación
transparente, sea a través de presupuestos generales, o a través de una
cuota sobre los aparatos, como sea, pero que cuando alguien clama que las
televisiones cuestan tanto, la población pueda decir, vale, es caro, pero
me está dando un servicio. Por la parte privada, favorecer en la medida de
lo posible la pluralidad, y mirar qué se puede hacer con las concesiones
privadas. El espectro radioeléctrico es un bien limitado, y la verdad, no
parece que esté repartido con el mejor de los criterios, sino a
menudo respondiendo a procesos de simbiosis entre partidos y grupos de
presión.
2. Trabajar seriamente en
la construcción del mensaje, el contenido, la forma, y a quién va destinado, y
dotarlo de la fuerza y credibilidad necesarias. A fin de cuentas, éste es
el meollo de la cuestión. Los problemas de comunicación quizá no sean tanto de
medios como de errores propios que parten del miedo y la desconfianza hacia la
población, y en buena parte de los casos, de la propia incapacidad para
transmitir lo que se espera de partidos y administraciones.
3. Explorar las
posibilidades que a nivel de comunicación y participación nos ofrecen las
nuevas tecnologías. En este sentido es remarcable la iniciativa Irekia
del anterior gobierno vasco, que abre canales de comunicación y participación a
la ciudadanía.
Finalmente, concluir que estos trabajos sólo tendrán sentido, sólo se
regenerará la vida pública, y sólo se ganará en credibilidad ante la sociedad,
si además de apostar a fondo por una regeneración más que por una simple
estabilización del sistema, y además somos capaces de transmitir esa sensación
con mensajes claros, inequívocos y coherentes aplicándonos nosotros mismos
nuestro propio código ético sin esperar a que nadie más se comprometa a ello.
Esta es la piedra angular en la que se basa todo, la búsqueda de la confianza.
Si está anclada con firmeza, será duro porque nos queda por delante mucho
trabajo, pero si no se logra, cualquier trabajo que podamos hacer será un
esfuerzo baldío. Apostemos de verdad por ello, porque el no hacerlo es algo que
como sociedad no nos podemos permitir.